megalopolis bajo el perfil de spengler
Megalopolis cuenta al menos con tres hándicaps que dificultan su lectura. El 1º es su aspecto alegórico, algo que se lleva fatal con la sensibilidad moderna. El 2º es que es un pastiche, algo que no es malo en sí pero que precisa de ironía metanarrativa para salvarlo, y esto Coppola no lo hace hasta el último momento. El 3º es que es un cine de tesis que narra por inducción, y esto fuerza todos los engranajes de su maquinaria lógica al punto de echar a perder ese esfuerzo, como veremos.
El tema de Megalopolis está claro porque Coppola no escatima en subrayar lo que plantea. Megalopolis es una fastuosa alegoría sobre el liderazgo de América ante el futuro, ensombrecido por síntomas de decadencia sociopolítica. Algo que presenta por un sesgo de preocupación, aprovechando un reflejo con el imperio romano cultivado por la tradición política estadounidense. Si estos dos elementos anuncian riesgo de caída en el idealismo, esto se consuma al plantear una solución sintetizada por una dialéctica entre el Tiempo y el Amor, que redunda en la consecución de la Utopía, osea, Megalopolis. Todo esto, como digo, está planteado abiertamente.
Estados Unidos es un país obsesionado con el sostenimiento de su hegemonía desde antes de alcanzarla. Su símbolo recurrente es la renovación del amanecer, el New Dawn, que está presente como tropo desde el cine de los 50 pasando por el storytelling de Obama a, en fin, hilar su itinerario da para tesis. Frente a ello, el paso del tiempo dicta el fin inexorable de cualquier época. Una verdad spengleriana que Coppola aborda negando la mayor, es decir, viendo cómo congelar el tiempo para eternizar el imperialismo estadounidense. Y esto es lo que logra en el último instante de la película.
Parar el tiempo es el fin del film. Coppola juega con este recurso desde el principio, haciéndonos saber que sucede en un entorno virtualizado, cuando Megalopolis es aún un proyecto visionario del buen gobernante. En busca del bien general, mirando a largo plazo contra el aspecto más pragmático de la política, César domina el tiempo inmerso en su maqueta. Y esta liberación frente al paso del tiempo es lo que logra su hijo en exclusiva, durante la inauguración de la Megalopolis real. Es decir que la consecución de la utopía tiene por fin lugar, en lo que tiene de poder parar el tiempo realmente, por parte de un futuro gobernante que es fruto del verdadero amor. Lo cual, consecuentemente, permitirá a América extender su aspecto de imperio eternamente. Y como lo contrario da para preocupación, pues todos aliviados.
Hacer descansar una tarea de dominación política en el voluntarismo de confiar en el Amor como poder trascendental, es un problema sonrojantemente dogmático para un cine que se quiere de tesis, en el sentido de mover a reflexión crítica. Pero el mayor problema de Megalopolis es puramente lógico, y consiste en que la producción del milagro, se hace a costa de invalidar todo el material previo del film.
Cuando todo queda congelado menos el bebé del César, se ejecuta el mecanismo metanarrativo que salva a Megalopolis de su fracaso como puro pastiche, pero se hace a costa de convertir todo lo previo en una ficción totalmente arbitraria. El caso es que esta gratuidad de todo lo que lleva al desenlace, desmonta su necesidad de consecuencia lógica. Osea que la consecución utópica de Megalópolis con su correspondiente ventaja frente al paso del tiempo, se desmonta. En última instancia, la propia imagen de un bebé capaz de controlar el tiempo, como alegoría de esperanza futura en sostener un imperialismo legítimo por ser fruto del Amor, decae en su aspecto de necesidad armada por todo el denuedo de sus padres contra un entorno decadente y corrupto.
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