las otras cuatro estaciones. de Alda a Netflix

 

Netflix ha adaptado The Four Seasons bastante libremente. Las diferencias de cada versión denotan particularidades ideológicas del pensamiento hegemónico de su tiempo, así que vamos a entrarles.
La original de Alan Alda no es una peli más. Se pretende retrato de una generación que está asumiendo la decisión de madurar abandonando su juventud y esto, a finales de los 70, era un tema crucial. Un lustro antes, por ejemplo, Jerry Rubin había publicado "Madurando a los 37" después de liderar el Youth International Party. Es decir que la peli de Alda da forma a las contradicciones que encontró la contracultura para renegociar su reclamo de emancipación más libertino, lo cual permitió que su discurso se convirtiera en hegemónico.
La peli de Alda hablaba de una aspiración por mantenerse joven que resultaba en el fondo envidiable, si bien había que renunciar a ella ascéticamente. De hecho, esta tensión es la que va moviendo el relato. La versión de Netflix no destila este espíritu. Mucho más "polite" y moralista pese a presentar una variedad de opciones no normativas entre las parejas que componen la historia, su apuesta es mucho más conservadora en relación al valor del matrimonio y la estabilidad. Mientras en la versión original la libido era motivo de crisis y había que reprimirla, la versión de Netflix anula la tensión libidinal incluso cuando presenta escenas con detalles sexuales, en realidad desactivadas de erotismo.
Netflix maneja una escena aparentemente subida de tono mostrando a la pareja gay montándose un trío. Pero esta situación nunca se plantea en términos de escándalo erótico. La original es mucho menos explícita pero activa esta motivación, precisamente, por la identificación común que existe entre parejas semejantes. La posible envidia de los amigos ante el cuarentón que ha dejado a su mujer por una jovencita desata los celos de las esposas, por una cuestión de deseo mimético, por decirlo con René Girard.
En la versión actual la envidia no existe al romperse esta homogeneidad, y los celos están totalmente atenuados, apareciendo como un macguffin a través del uso del móvil. La relación solipsista con la tecnología marca otra serie de diferencias entre versiones. La peli de Alda administra el conflicto soterrado entre amigos en términos de violencia y contacto físico. Sin móviles son más grupo, mientras que Netflix lo canaliza a través de la intriga generada por el manejo clandestino del teléfono, aunque la audiencia tiene la garantía de antemano de que el sospechoso es fiel.
Esta misma adicción digital arrastra otra diferencia de calado. En la peli de Alda el desapego del marido hacia la esposa abandonada tiene que ver con la alienación que le produce el interés que ella ha cultivado por la fotografía de forma aparentemente absurda. En Netflix la esposa abandonada está enganchada a un juego tipo Stardew Valley. En los 80, esta mujer se revelará como una artista incomprendida. Pese a que supuestamente hemos avanzado desde entonces, la versión actual no manejará ningún desenlace reivindicativo de la mujer desacreditada ni en términos de valor profesional, ni estético.
Menos libido, menos deseo de emancipación hedonista, menos opción estética a modo de reivindicación feminista… Menos evidencia de dinero. Netflix no toca en absoluto el tema del dinero. En la peli de Alda esto se presenta de forma recurrente, generando comparaciones y motivos de conflicto. Netflix lo da por supuesto, presentando a personajes que, por comentarios tangenciales, denotan que lo tienen de sobra, al punto de no mencionarlo por total despreocupación de ese tema.
La peli del 81 presenta a unos jóvenes en el forcejeo incómodo de manejarse con limitaciones humanas y materiales. 45 años después, jugamos a estar instalados en un ejercicio de juventud intemporal, donde esta crisis se ha disuelto a costa de renunciar al deseo, según un contexto idealizado que nos administra la ilusión de participar en un mundo donde todo ha quedado resuelto.
Somos cada vez más pobres en términos de poder adquisitivo pero, bueno, ya decía el FMI en 2016 que para 2030 no tendríamos nada y seremos felices. Netflix no deja de ser un emblema de ese nuevo Mercado que ha girado de ofrecer bienes en propiedad a fidelizarnos en relación a una suscripción eterna de servicios. Lo peor de todo no es que, para aceptar estos cambios, hemos asesinado el pensamiento crítico.
Alan Alda era un típico joven progre echado a dar turras reflexivas sobre las circunstancias que estaban viviendo en la peli del 81,. Presentado por momentos como un tirano en tanto filósofo que obligaba al resto a considerar verdades incómodas. En la versión de Netflix la consideración intelectual ni está ni se la espera, sustituido por un comediante significativamente payaso como Steve Carell.
Pero Carell aparece aquí comedido. Así que somos más pobres, menos eróticos, más contenidos y menos reflexivos. Y por eso mismo, ausentes de toda conciencia de nuestra propia alienación y conflicto. Jerry Rubin sufrió en los 70 un proceso de maduración por el que se transformó de yippie en yuppie justo al filo del estreno de la peli de Alda. Desde entonces, los ya eternos jóvenes, no hemos hecho más que ganar.
 


 

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