El superhéroe psicologizado III. La patología psicológica como virtud estética

Ni audiencia ni crítica de cine han reparado suficientemente en el diagnóstico patológico de Tony Stark como personalidad narcisista que tiene lugar al final de Iron Man 2. Esta falta de atención puede explicarse por dos motivos. En primer lugar por el desconocimiento del trasfondo tan radicalmente antisocial y destructivo que encierra una conducta que, no obstante, en la práctica se asemeja a la psicopatía y compone la base de su personalidad. La propia Psicología no sabe cómo reconocer la psicopatía, ubicándola en el DSM V sin componer una categoría de trastorno específica como una variante del trastorno de conducta antisocial. Por el contrario, la realidad de la psicopatía como fenómeno social se ubica en la intersección imprecisa de varios trastornos, confiriendo al diagnóstico narcisista de Tony Stark un aspecto camuflado de sinonimia psicopática. Este camuflaje terminológico señala una forma rebajada del aspecto radicalmente antisocial del líder del UCM.

El segundo motivo tiene que ver con la popularización del discurso psicológico dentro del imaginario cinematográfico contemporáneo -lo que hemos dado en llamar una Psicología Pop. Esta popularización creciente tiene uno de sus impulsos en la propia instalación de la figura del psicópata como referente monstruoso en el cine de las últimas décadas. En la medida en que la etiquetación de Tony Stark como narcisista alude confusamente a la noción de psicopatía, este diagnóstico se ubica en el ámbito del tópico vaciado de significado por sobreexplotación reiterada del signo. Si la mentalidad pop de la audiencia es capaz de ubicar la personalidad narcisista como diagnóstico psicológico de la conducta psicopática, este dato tampoco llama demasiado la atención, porque redunda sobre la construcción del personaje de Batman impuesta como tópico cinematográfico en este sentido, desde la trilogía de Nolan. Y a su vez, este caso es especie del género de psicópatas que, como diría Charlie Kaufman en Adaptation (Jonze, 2002), es el género más trillado desde los 90.

Esta vinculación de ideas está reforzada por el hecho de que el actor que encarnaría este giro emblemático del superhéroe hacia la patología psicológica, Christian Bale, venía de hacerse famoso precisamente por encarnar a uno de los psicópatas emblemáticos del cine de comienzos de siglo en American Psycho (Harron, 2000). Presentada como una metáfora de la deriva inmoral característica del egoísmo neoliberal a través del yuppie de los 80, la historia de Patrick Bateman compone el fundamento discursivo para convertir el privilegio económico y social del yuppie, en causa y efecto de un solipsismo que termina por cuajar en trastorno que aboca a la conducta radicalmente antisocial. Así, la historia de Patrick Bateman, emparentado onomásticamente con Jason Bates como seminal psicópata cinematográfico (Hitchcock, 1960), tiñe al superhéroe convertido en psicópata de un atractivo perverso. Para cuando toda esta serie de conexiones semióticas diseminadas en el imaginario colectivo enlazan con la construcción de Tony Stark como un personaje diagnosticado como personalidad narcisista, el propio tópico aparece vaciado de significado por pura reiteración normalizada, impidiendo su evocación como signo que llame a mayor alarma.


El caso es que la conducta de Tony Stark a lo largo del UCM se ajusta más a la del psicópata integrado que la del Batman de Nolan, y sucede, precisamente por su dimensión narcisista. Puede que el Batman Nolan actúe con una violencia tan cruda y expeditiva que arroje un signo de ausencia empática característico de la psicopatía en su sentido antisocial más atrozmente destructivo. Pero no obstante, el Batman de Nolan se mueve por un sentido moral del deber. En este sentido no deja de suponer más que el reverso radical del superhéroe clásico, ni que este sentido del deber esté distorsionado por un trauma no resuelto de la infancia. La venganza personal se convierte así en perversión justiciera, pero Batman actúa por un deber moral mal enfocado mientras el narcisista exhibe la voluntad inmoral de convertir el mundo en el reino de su capricho, a mayor gloria de su reconocimiento engrandecido. 

Esta última descripción encaja mucho más con la conducta de Tony Stark que con la del Batman de Nolan. Cuando a Stark le falta tiempo para revelar que se esconde tras Iron Man, esta autodelación se produce a mayor gloria de su imagen, imbuyéndola del carisma superheroico. Así sucede también con la conversión de las Expos de Stark Industries en medios de protagonismo personal, con todo ese poder espectacular que incluye coros de modelos en torno a su atractivo como macho. O con su falta de empatía para reconocer el amor que late en la eficacia profesional de Pepper. O con el trato displicente que da a la mujer anónima en la seguridad de que logrará conquistarla. O enl triunfo de la misión superheroica como suerte remachada por un comentario que la convierte en certificación grandiosa a modo de baño de ego. O en la instalación de un escenario sofisticado de signos en su taller que enfatiza su genialidad creativa al punto de fundir arte e ingeniería. O ante su inicial ausencia de conciencia moral contra las consecuencias catastróficas de su fuente de enriquecimiento personal como fabricante de armamento militar. Ninguna de estas circunstancias referidas al aspecto narcisista de la conducta, tiene parangón frente a la sobria actuación del Batman psicopático. El aspecto antisocial de Batman se enmarca en el ámbito del deber mal entendido. En el caso de Tony Stark, la construcción del personaje maneja una ambigua confusión entre la asunción despótica de un deber privada, y su instrumentación como pretexto de un interés privado que roza el reino del capricho.

Al punto en que sospechamos que la causa de la conducta de Stark contra el statu quo como rebelde moral, puede tener su causa secreta en el capricho narcisista, la patología psicológica termina orientada hacia el discurso filosófico en su más atrabiliaria defensa de la subjetividad, por la suerte genial de un valor artístico radicado categóricamente en su condición de originalidad. Por así decir, la patología psicológica es condición de posibilidad de la virtud estética. Toca en este sentido, recuperar el análisis que efectuábamos del sujeto contracultural como esteta a través del modelo propuesto por el Don Juan kierkegaardiano en Rock contra cultura (Abad, 2002). El ámbito radical de autonomía en que se movía el esteta para resacralizar un mundo desencantado por la profanación moderna, es también el de la persona cuya conducta se exime del respeto a las normas molares que emanan a través de un reconocimiento del prójimo ante la ausencia total de empatía. 

El esteta, como Iron Man, es alguien que sobrevuela la realidad, aunque simbólicamente. Esto es, desplegando sus propias reglas de funcionamiento social, pongamos a través de un manifiesto vanguardista, contra las reglas de un orden establecido que ha perdido todo tipo de encanto en un sentido weberiano. Como para Stark, el esteta encuentra que la realidad cuenta sólo con algunos momentos fugaces de interés contra su significado moral, esto es, relativo al valor de una costumbre que justamente remata al mundo con su reiteración. Este modus operandi le aboca a una dinámica adictiva marcada por una fuerte emoción de tipo impulsivo. Cuando el informe de Stark diagnostica un "narcisismo de libro" en relación a conductas compulsivas autodestructivas, se está formulando en terminos psicológicos la descripción kierkegaardiana de un esteta dominado por la inconsecuencia caprichosa. El extravío personal que vaticina el filósofo se corresponde con la deriva antisocial del psicópata como perverso narcisista, que el UCM purgará en su sentido criminal a través de la sublimación religiosa que entraña el sacrificio postrero del CEO de Stark Industries.

Es así que en Rock contra cultura analizábamos al esteta bajo la forma alegórica del vampiro moderno construido en Entrevista con el vampiro (Jordan, 1994). En Mito e industria cultural (Abad, 2003) daríamos cuenta del psicópata como punto de llegada explícito de la deriva estética a través del personaje de Hannibal Lecter, al punto de convertir su canibalismo en esfuerzo de regeneración cosmogónica contra el desencanto del mundo moderno, tal y como plantea Eliade el sentido profundo de esta conducta ritual. El desenlace atroz de Lecter como punto de llegada del esteta kierkegaardiano convierte al caníbal en sofisticado gourmet.

De la atrocidad ética a la virtud estética, este extremo conflicto entre anomalía y normalidad, como fuentes históricas de distintas formas patológicas, marca el contraste por el que intentaremos en adelante analizar el aspecto moral de Stark como líder social a lomos de su capricho. Punto donde se engrana la Psicología con la Estética como discursos Pop de poder disciplinarios para mejor dirigir el proyecto de realización personal hacia el margen de acción que queda al ciudadano medio de la sociedad actual de consumo, a través de la compra como difusa culpabilización íntima. 

Y es que lo que en la Psicología se reconoce como patología, en la Estética se reconoce como genio. Por el poder de una excepción ritual regeneradora contra un mundo corrompido, en secreto de la aparente norma, cada vez que pasamos por caja. Y aún esta suerte diaria de millones de personas consumiendo, no lava la lacra de muchos más sin poder adquisitivo, para sumar el esfuerzo económico suficiente capaz de salvarnos a través de un Mercado que, como el Caballero Oscuro, Tony Stark, el vampiro entrevistado o el mismo Hannibal Lecter, va por su cuenta desde hace tiempo en un incremento incesante de su deseo voraz, al punto de empezar a canibalizarse a sí mismo como un ouroboros. Con la presentación de un líder narcisista que convierte al CEO en motivo de atracción extraña, el aparato discursivo del UCM viene a justificar este círculo vicioso en última instancia. Apuntando su análisis, estas entradas de blog tienen la voluntad de revisar y completar los síntomas de asimilación contracultural que advertíamos en Rock contra cultura y Mito e industria cultural por el efecto provocado en la cultura juvenil a lo largo de los últimos veinte años. Ha llovido mucho desde entonces: todo un diluvio de contenidos culturales ajustados al espíritu neoliberal.

Abad, L. A. (2002). Rock contra cultura. Biblioteca Nueva.

Abad, L. A. (2003). Mito e industria cultural. Alfons el Magnánim.

Harron, M. (2000). American Psycho [película]. Edward R. Pressman Productions, Muse Productions.

Hitchcock, A. (1960). Psycho [película]. Paramount Pictures.

Jordan, N. (1994). Interview with the Vampire [película]. Warner Bros.

Nolan, C. (2008). The Dark Knight [película]. DC Entertainment.



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