Thanos como esteta definitivo IV. Todas las razones bajo un chasquido banalizado

El sacrificio de Gamora pretende demostrar que la empresa cósmica de Thanos está hecha de una renuncia personal absoluta por parte del villano. Su admitido coste total, libera a Thanos de cualquier duda sobre la existencia de un interés particular mínimo a la hora de llevar a cabo su misión. Una misión que, en la práctica, consiste en acaparar una colección de piedras preciosas de valor incalculable. La acumulación personal de riqueza se convierte, por tanto, en una vía de renuncia altruísta, una pasión sacrificial que no compone un fin egoísta, sino un medio de redención universal. La acumulación de riqueza adquiere un aspecto sublime, que en el mundo de Thanos está representado a través de la mística de una serie de joyas que simbolizan alegóricamente conceptos fundamentales, eidos sobre los que se apoya el mundo: espacio, tiempo, realidad, mente, poder, alma. Por esta acumulación altruísta se va demostrando la pertinencia de una misión salomónica, donde la salvación del mundo consiste en su destrucción neutral. Y el caso es que Thanos was right. Thanos tenía razón. Thanos estaba en lo cierto.

El espíritu capitalista weberiano se caracteriza por presentar el enriquecimiento personal como una obligación redentorista. El progresivo acceso a la acumulación de bienes señala una predeterminación personal, por la que el capitalista se enfrenta a una encrucijada escatológica para salvar al resto del mundo. La empresa cósmica de Thanos reformula básicamente esta idea conforme va desvelándose el trasfondo secreto de su misión inicialmente antisocial. Su proyecto genocida como justa medida, exige el deber de perseguir la acumulación de joyas de una forma tan ciega, que esta pretensión termina postulándose por derecho en forma de "contabilidad divina" (Weber, 2012, p. 74) transmutando el bien material como evidencia de progresión virtuosa en capital místico. Un derecho que se torna exclusivo porque, como se ha dicho, está alumbrado por un espíritu que bebe de la idea axiomática de predestinación. Y el caso es que Thanos was right. Thanos tenía razón. Thanos estaba en lo cierto. 

La misión redentora que acompaña a la empresa escatológica de Thanos, orienta la atención del sacrificado capitalista hacia la acumulación de riqueza de forma tan ciega, que el umbral de atención sobre su foco de interés desemboca lógicamente en un modo de relación fetichista con la mercancía. Lo importante de la piedra del infinito es su sustancia cósmica, constituyendo una joya mística envuelta en un aspecto hipostático que toma forma a capricho de su poderoso poseedor según el contexto. La mercancía aparece así desligada de las relaciones de producción exigidas por la cuestión material de su manufactura. Thanos también es el esteta definitivo por cómo asemeja su concepción de la joya a la obra de arte de vanguardia, en una ausencia de exigencias fabriles facilitada por la propia tendencia al límite de la obra a disolver elípticamente su materialidad por el poder proporcional de un concepto. Así en el caso del silencio de Cage, la informalidad al límite de la abstracción de Malevich, o incluso la apropiación del objeto normal de consumo para transustanciarlo en excepcionalidad aurática por parte de Dumchamp. Y el caso es que Thanos was right. Thanos tenía razón. Thanos estaba en lo cierto. 

La Saga del Infinito encauza su decurso narrativo sobre este enfoque axiomático, pero contiene otros elementos que inciden en resaltar la obligación del capitalista, a extender una relación fetichista con la mercancía como propietario aspiracional de todo lo fabricado, para así incrementar su poder redentor absolutamente. La fabricación del guantelete se presenta como un hecho dado en la propia aparición del guantelete en escena. En el contexto del UCM como mito, esta ausencia de fabricación por la presencia instantánea no es tanto un elemento elíptico de la narración, cuanto denotan constituir un acontecimiento esencialmente insignificante. Lo importante es la existencia del guantelete como un hecho en sí mismo, una forma, una eidos ausente de esfuerzo, pericia técnica y relaciones de dominación para organizar el trabajo necesario en su manufactura. Estos son elementos de la realidad mundana que se dan "por descontado", en el sentido literal de la expresión.

Pero el guantelete ha sido fabricado por un particular herrero. El último de una raza abocada a la extinción. El rey de un mundo gremial que ya ha desaparecido, y que está atado en condición de vasallaje feudal a este nuevo rey sin filiación para renovar su trono, ya que ha sacrificado a su sucesora para certificar su desinterés lucrativo. Si el espíritu del capitalismo instaura un nuevo marco de relaciones productivas contra los anclajes gremiales y familiares del mundo antiguo, el recurso de este herrero en soledad, proclama la obsolescencia del mundo medieval al que pertenece de modo casi póstumo. Un artesano, por lo demás, enano, como corresponde al obrero. Pero además un enano gigante en la composición de un oxímoron que denota la imposibilidad lógica de la figura que representa, relacionada, como veremos, con la alegoría que esconde por su parte Ant Man. El rey de una raza famosa por sus falsificaciones. Un modelo de productor que está llamado a cesar en su existencia contra la abstracción genérica de la prole del proletario, intercambiable masivamente en la mecánica simple de la cadena de producción.

Incluso cuando por fin vemos a Eitri actuar como herrero en la manufactura del sustituto de Mjolnir, su arte está impedido por la ausencia energética de un mundo agotado, que sólo el sacrificio hasta niveles sublimes del enriquecido Thor es capaz de regenerar. La estrella que alimenta la forja de Eitri está opacada por un obstáculo que sólo el poder real del pretendiente al trono de Asgard, puede superar a riesgo de su propia muerte. Y de igual manera, Thor sólo aspira a la mercancía fabricada por Eitri para mejor insistir en su particular misión redentora contra la disonante misión redentora de Thanos. La energía estelar necesaria para fabricar su arma pasa directamente a través de su figura en un riesgo de abrasamiento híbrido. El capitalista es el canal del poder necesario para la producción de la mercancía, en una escena apoteósica donde Thor se funde con la luz insoportable de la estrella misma. Todo el arte fabril de este artesano obsoleto se resume a arrojar la fundición obtenida por ese exceso energético sobre el molde, para romperlo de forma muy tosca mientras el protagonismo de la situación es secuestrado por la imagen de un Thor exhausto que, por momentos, corre el riesgo de extravío definitivo en el espacio.

 

Todo indica en el UCM que el aspecto heroico implica una relación con la mercancía marcada por la obsesión ciega de posesión, fetichizada hasta extremos de convertirla en excepción sublime que, hipostáticamente, invita a comprenderla como un hecho autónomo, y por tanto, libre de toda relación colectiva entre el consumidor y el trabajador que la ha fabricado. Y esta condición no es un derecho, sino un deber, que se extiende como prerrogativa sacrificial para salvar al mundo. Puede que la relación fetichista con la mercancía designe una forma alienante de dominación asumida por el proletariado según el discurso marxista, pero la fuente hegemónica de ese fenómeno reside en su asunción sacrificada como corolario redentorista por parte de quien la conserva durante todo el ciclo de consumo, al poseer en exclusiva los medios que de su producción. al  Y el caso es que Thanos was right. Thanos tenía razón. Thanos estaba en lo cierto. 

Max Weber (2012) traza el rastreo de la formación sociológica del espíritu capitalista en la sublimación del pecado de avaricia como virtud cristiana. Cristo afirma que antes pasará un camello por el ojo de una aguja, que entrará un rico en el reino de los cielos (Mateo 19, 23-30). Thanos toma la palabra al propio Cristo para subir la apuesta sacrificial, a costa de la condena de disfrutar la acumulación de riqueza en total exclusiva. Para ello camufla su voluntad de capitalizar el excedente de trabajo no reconocido en la fabricación de bienes materiales, de una búsqueda misteriosa donde la mercancía se transmuta en joya adornada de aspectos griálicos. Y el caso es que Thanos was right. Thanos tenía razón. Thanos estaba en lo cierto. Cuando la fase 4 del UCM descubre la popularización de este juicio en un meme reproducido en la mercancía más común e insignificante que te puedes tirar a la cara, la taza del desayuno, aparentemente se refiere a la misión ecologista de Thanos en la difícil asunción de la decisión genocida como mal menor, en el plan de llegada a un proyecto de progreso tan culminado que ha muerto de éxito, pero arrastra de origen todas las premisas del espíritu del capitalismo.

Por supuesto que semejante mensaje exige leerse a la luz del problema expuesto por Hanna Arendt (2003) en relación a la banalización del mal en la sociedad moderna. No se trata de un tema menor en un momento donde los vientos de cambio arrastran elementos que presagian la vuelta de ese fascismo que envolvió un plan genocida justificado a través de la virtud eugenésica. Sin embargo, lo crucial es entender que ese riesgo está inscrito en la raíz lógica del propio espíritu capitalista sobre el que se asienta la esperanza de progreso colectivo, contra la condena tradicionalista. De convenir que Thanos tenía razón cuando planteaba una solución genocida rápida y limpia frente al problema ecológico, cabe aceptar en cascada todo el resto de asunciones que implica su posicionamiento: 

Thanos tiene razón cuando insiste en enmascarar su misión de lucro escatológico en forma de bien general, haciendo que la adquisición de mercancías quede ausente de consciencia sobre las relaciones sociales que permiten su fabricación gracias al artificio alegórico. Thanos tiene razón al extender este olvido gracias a una conversión del producto en fetiche, lo cual facilita el deseo como impulso ciego del Mercado de consumo. Thanos tiene razón al rubricar este enfoque en el sacrificio exhibicionista de su propia prole, cosificada como capital inicial de una empresa que así se vuelve trascendente. Y Thanos tiene razón al poder disponer de la prole del pobre tan pobre que sólo tiene prole que ofrecer al mundo, el proletario, conforme extiende sobre esta camada de mano de obra, de forma genérica, la cosificación ejercida sobre la propia al fundirla en forma de capital ritual, por cierto, siempre excepcional en términos metafóricos de simbolismo ritual, y nunca literal

Y la verdad es que Thanos tiene razón. Nos hemos vuelto así de egoístas y de cínicos a través de la repetición del ejercicio fetichista de consumo de mercancías, convirtiendo este derecho pulsional en una suerte de obligación altruísta para mantener vivo el Mercado. Conjugando demagógicamente, de forma constante, nuestros derechos consumidores por deberes ya prosumidores de puro confundidos ambos términos, para mejor instrumentalizar microfísicamente una dominación del prójimo extendida a vigilancia y castigo, en un tupido conjunto de redes sociales entretejidas de olvido del padecer laboral y cotidiano del mundo físico, de puro altruísmo entrañado en nuestra corrección política. Como si el UCM viniera a certificar que hace tiempo que nos hemos convertido en un reflejo invertido de los temidos hijos de Thanos mientras somos, a la vez, la masa de gente a sacrificar por su chasquido. 

En todo caso, la banalización del mal comienza en la justificación de la avaricia individual como vía de salvación colectiva, mientras la aceptación colectiva de la atrocidad genocida tiene su arranque en la asunción religiosa del sacrificio excepcional del primogénito como gesto sublime antes que atroz, y se extiende en pautas de conducta que introducen principios de demagogia en los ámbitos más recónditos de una acción social agotada entre lo insignificante y la anécdota elevada a categoría ética. Es decir que la banalización del mal es la condición necesaria en la asunción reiterada de un mundo alentado por el espíritu capitalista. Y la expresión atroz de la opción genocida es el punto de llegada lógico de un discurso que en última instancia termina legitimándola de forma disonante y consecuente, conforme a su esencia redentorista. 

Y es que Thanos no es, en este sentido, más que la última iteración de un dios padre que de tan ser puro Amor, convierte a su hijo en humano para sacrificarlo en nombre del colectivo. A cuenta de un viaje de vuelta al final de los tiempos con el paraíso por fin bajo el brazo, en espera de un trance seguro marcado por la devastación total de la escatología apocalíptica. Llevamos más de dos mil años dando la razón a la atrocidad demagógica de Thanos como bebiendo de un cáliz que la extensión de lo banal, ahora por fin presenta como taza del desayuno diario.


FIN DE LA SEGUNDA PARTE


Arendt, H. (2003). Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. Lumen. 

Weber, M. (2012). La ética protestante y el espíritu del capitalismo [pdf]. Fondo de Cultura Económica



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