Thanos como esteta definitivo III. Gamora como capital inicial de la empresa trascendental de Thanos

La aparente empresa estética de Thanos encierra una postura ética, y esta postura ética está enraizada en un planteamiento religioso que el enfoque existencial del personaje camufla tratándolo implícitamente. Esta es la idea desarrollada en las entradas previas, que ha desemboca en una asunción identitaria marcada por la idea religiosa de predestinación. En efecto, Thanos no afirma expresamente ser la persona predestinada para llevar a cabo la empresa antisocial de destrucción genocida que ha asumido como misión secular, pero arma un argumento que lo presenta como el único ser en el universo capaz de llevarla a cabo. Contemplándose como "el único con la voluntad para actuar" en un plan redentor no exento de paradoja, Thanos defiende a la vida de su propia fertilidad entrópica, antes de que la balanza civilizatoria se decante del lado caótico, para lo cual, ataja el saneamiento del orden social diezmándola por la mitad. 


Así pues Thanos anda embarcado en una misión secular de orden, no obstante trascendental, para la que se ve predestinado pese a que su enfoque existencial de la vida no le permite extender abiertamente un significado religioso. Es una misión prosocial de contención de aumento de la población, que Thanos asume sacrificadamente por los demás. Y en el cumplimiento de esta misión está obligado a acumular riqueza. El aspecto material de su misión consiste en rastrear obsesivamente el universo para completar una colección de piedras preciosas que demuestre, precisamente, su aspecto predestinado en una lógica circular, por la evidencia de un gesto tan nimio como omnipotente en la ejecución de un chasquido de dedos, depurador a escala planetaria. Este deber de enriquecimiento como un fin en sí mismo, o si se quiere, como misión trascendentalizada contra todo interés particular y mundano, expresa precisamente el aspecto axiomático que caracteriza al espíritu del Capitalismo, tal y como resulta del análisis de Max Weber (2012).

El análisis weberiano del espíritu capitalista es valioso por cuanto evidencia la necesidad de precisar de un marco de trascendencia para legitimar éticamente el enriquecimiento personal en términos de acumulación de bienes materiales, mientras el análisis materialista de Marx permite desnudar esta presunta ética de su legitimación trascendentalizada, revelando un escenario de dominación colectiva en función de la posesión minoritaria de los medios de producción. La narrativa de Thanos contiene un esquema que trabaja un discurso de trascendencia que pone en evidencia la tendencia reiterada a usar este recurso para legitimar la conducta radicalmente antisocial de un sujeto embarcado en la misión de obtener el poder necesario para redimir a la humanidad, a través de la persecución obsesiva de la acumulación de todos los bienes materiales en una sola mano. 

La tragedia de Thanos se consuma así en la incomprensión social que acompaña a quien se marca la tarea de acumular riqueza material como principio severo de orden a través de un sacrificio personal que se convierte en catalizador de progreso social. En la medida en que este esquema responde al discurso del espíritu capitalista trazado por Max Weber, la Saga del Infinito demostraría tanto la necesidad de reiterar discursos hegemónico renovadores del consenso social, como el aspecto subyacente de este contrato con la audiencia, gracias a un marco de trascendencia hipostático que antiguamente era ofrecido por el Gran relato religioso, y actualmente queda en manos de géneros profanos de ficción proclives al manejo del arquetipo heroico como el cine de superhéroes, la ciencia ficción o la fantasía.

Desde este punto de vista, el sacrificio de su hija Gamora resulta crucial para entender la lógica identitaria del espíritu capitalista. Weber incide reiteradamente en la relación del capitalista con su prole para encontrar la demostración palmaria del salto que acompaña a quien comienza por considerar la acumulación de riqueza material como un derecho, para terminar presentándola como un deber legitimador rubricado por una dimensión axiomática de significado trascendental. El traspaso hereditario de la riqueza acumulada a través de la empresa personal supone un problema para exhibir un espíritu capitalista en tres sentidos: 

En primer lugar, el traspaso hereditario demostraría un interés particular subyacente en el aparente desinterés que destila la acumulación de riqueza como conducta redentorista. Al amortizar su trabajo en vida asegurando la continuidad de su empresa mediante el traspaso hereditario de su misión y sus bienes, el capitalistas demostraría no hacer su trabajo a fondo perdido en términos de trascendencia histórica. El traspaso de la empresa a su linaje demuestra su incapacidad de sublimar su misión al punto de terminar entregado al ciego interés del gen egoísta, mientras, por otra parte, asegura, en la medida de lo posible, la trascendencia histórica de su misión más allá de su propia vida, al dejar a su prole comprometida en su cumplimiento. En segundo lugar, el traspaso hereditario de riqueza invitaría a una vida de facilidades hedonistas que pondría en peligro el propio destino de salvación del hijo. En tercer lugar, el enriquecimiento personal como evidencia de salvación personal y motor de progreso social supone un esquema de pensamiento moderno donde la ética del espíritu capitalista actúa como motor de vanguardia; por el contrario, el traspaso de poder hereditario sobre la riqueza acumulada al hijo contraviene este esquema, anclándolo residualmente en el punto de vista tradicionalista que pretende superar.

En resumen, el traspaso hereditario de riqueza contraviene esencialmente el fundamento del espíritu capitalista, al traicionar el aspecto desinteresado de un deber de acumulación que debe ser puramente categórico. Este traspaso no es bueno para el capitalista que arma su proceder de justificación en la legitimación de una misión espiritual, pero tampoco lo es para el hijo, que ve bloquear con ello su propia misión de salvación personal quedando expuesto a la tentación de abandonar una vía de ascesis. Y tampoco lo es para el mundo, que está embarcado en un proyecto histórico de progreso modernizador donde la identidad familiar aparece como un factor demasiado determinante contra la libertad de un individuo que precisa mostrarse radicalmente libre de referencias social para operar con autonomía de forma que su originalidad sea capaz de ponerlo en vanguardia. Es por ello que, en la norma de seguir traspasando hereditariamente la empresa a la prole para mejor asegurar su continuidad histórica de forma realista, precisa exhibirse, como excepción, la renuncia a acogerse a la medida de seguridad hereditaria sacrificando precisamente al benefactor, mediante una operación que presenta el aspecto antinatural del crimen filicida como la forma más sublime de renuncia personal de todo interés particular frente al cumplimiento del deber categórico. 

Weber se esfuerza en señalar tanto la existencia de factores capitalistas antes de la aparición del espíritu capitalista, como la particularidad excepcional que acompaña al surgimiento específico de este. No es difícil reconocer en el sacrificio de Isaac la lógica fundacional de esta necesidad por justificar la acumulación de poder patriarcal en el contexto de la empresa familiar, legitimando de forma atroz el deber de ejercer el derecho en un cumplimiento tan ciego como disonantemente injusto. Abraham no asume el asesinato de Isaac por amor a dios, sino precisamente por amor a su hijo en el reconocimiento de que este amor pasa, en última instancia, a través del respeto categórico a un mandato divino que, de tan trascendental, se presenta bajo la forma misteriosa de un capricho antinatural por ponerle a prueba de ma forma más cruel posible. 

Así, puede que el patriarcalismo antiguo sea la base del planteamiento tradicionalista, pero ya participa de esta necesidad por convertir en espiritual el principio de autoridad obtenido en la acumulación de poder material frente al resto del colectivo. Cuando Thanos se ve obligado a sacrificar a su hija Gamora para poder avanzar en el cumplimiento de su misión redentorista, está operando esta lógica de fondo en una reiteración narrativa adaptada al siglo XXI. La escena de su ejecución está cargada con todo el tinte de crueldad que acompaña a la necesidad de asumir la obligación de asesinar a la hija más amada, pero trasluce de fondo el dolor personal del ejecutor, rubricado en su forma sublime a través de la escena mística disparada por la ejecución del chasquido, cuando Thanos reconoce a Gamora que la consecución definitiva de la misión le costó "todo". 

Le costó todo y acarreó un sufrimiento terrible, pero bien que lo hizo. Y en este proceder de Thanos, su misión de salvar a la humanidad, nada menos que arrasando genocidamente con la mitad, se invistió de un aura sacrificial extrañamente sublime. Como el capitalista, Thanos es un incomprendido en la misión de acumular riqueza personal para salvar al colectivo. Un colectivo que no para de crecer precisamente por embarcarse en la suerte de progreso de la que el espíritu capitalista supone factor de vanguardia, y que por tanto, hay que contener en su crecimiento para que su aspecto masivo no ponga en riesgo la propiedad de los medios de producción en exclusiva, en última instancia, el planeta como recurso mismo. Así, el trasfondo religioso del sacrificio de Gamora encierra una alegoría sobre los fundamentos del discurso legitimador del prodeder capitalista en un sentido sublimado y espiritualista. 

Pero el asesinato del primogénito, o de la hija llamada a ocupar un trono que ya no merece por mostrarse en rebeldía, es sólo el arranque del beneficio arrastrado por la lógica discursiva del espíritu capitalista, en lo que tiene de exhibición sublime de renuncia a todo interés que suponga la acumulación de capital como un bien en sí mismo. Este beneficio continúa en la cosificación genérica de la prole que acompaña a la conversión del hijo en material de intercambio o capital de sacrificio. Y es que la capitalización de su prole como unidad sacrificial extraida normalmente del rebaño que posee en propiedad, extiende fundacionalmente el derecho de uso genérico sobre la prole de los demás. 

La conversión excepcional de la prole del capitalista en cosa genérica a modo de sacrificio sublime, extiende ese mismo concepto sobre la prole del proletario, esto es, la prole del que no tiene otra cosa que prole a la hora de acumular más riqueza para subsistir que albergar la esperanza de que el hijo que trae a este mundo, vegan con el pan bajo ese brazo que supone precisamente su fuerza de trabajo. La prole de ese sujeto tan pobre que su pobreza está ausente de solemnidad, y todo lo que puede ofrecer como bien a la sociedad, son hijos convertidos en fuerza de trabajo fungible por un sistema de producción que ha quedado abstraído en su aspecto particular de dominación por el poder simbólico del ritual atroz de sacrificio del hijo del gran pastor como hijo de hijos. 

Es porque Abraham convierte a Isaac en un cordero por mor de un deber sublime y misterioso, que adquiere derecho de propiedad capital sobre todo animal en la medida en que queda cosificado. Es porque el capitalismo resulta espiritualizado como deber categórico de acumular riqueza contra el interés particular expresado emblemáticamente en la aseguración de su continuidad a través del traspaso hereditario, que este rechazo del valor único del hijo permite acceder a la contemplación del hijo del otro como fuerza de trabajo abstracta, masa obrera unidimensional. 

Es porque Thanos convierte a Gamora en capital inicial de su empresa trascendental, que todo hijo de vecino puede pasar a ingresar como parte del capital creciente, la plusvalía que genera con su esfuerzo en las arcas de quien tiene que enriquecerse sin límite para, en última instancia, salvar al mundo de su propio crecimiento desmedido. Y es que, contra la tradición, la modernidad expresa un proyecto de democracia donde el poder político está repartido colectivamente, pero esto debe ser a costa de que el riesgo potencial de caos social se sostenga mediante la propiedad de los medios de producción en pocas manos. Y esto en nombre de la libertad como bien general, para lo cual, es preciso hipostasiar la propia noción de Libertad en la exhibición de ejemplar de la libertad individual del que más poder material acumula, al punto de fundir deber y derecho en la confusión de la necesidad colectiva con el capricho más radicalmente atroz y arbitrario que uno pueda imaginar. 

Es por eso que Thanos es el esteta definitivo, y en su esterilización tras el sacrificio de Gamora, todos somos hijos transversales de Thanos, llamados a sucumbir bajo sus manos de la misma manera que su primogénita, pero no obstante, manteniendo la esperanza pírrica de salvarnos contra el gesto de un chasquido del padre. Un chasquido asumido como un mandato redentor ejercido por obligación, pero formulado al azar macroestadístico como quien tira una moneda al aire. Con suerte, al caer demuestra que tienes el viento de cambio de cara, porque arrastra la evidencia de quien fue tu prójimo hasta ese momento en que quedó reducido a cenizas, fungido como capital necesario en la operación de sanear la masa creciente de un número suficiente que conjure la amenaza de la propiedad de los medios de producción, trayendo con esta purga el paraíso a la Tierra. 

¿Y saben qué?, habrá que hacer tragaderas suficientes para pasar por este aro discursivo, porque, después de extender una veintena de películas para narrarnos el sentido inmoral de esta atrocidad, al entrar en su fase 4, el UCM reconoce de pronto que Thanos tenía razón en su afán ecológico; como se ve, perfectamente alineado en su aspecto finalista con el afán de acumulación del espíritu capitalista. No podía ser de otra manera, pues ¿cómo pretende competir Tony Stark con una némesis de tan hiperbólicas dimensiones, ni que el chasquido de Thanos palidezca como ficción ante el CEO de una empresa que se enraíza en la realidad histórica de la atrocidad que supuso el lanzamiento real de la bomba atómica sobre Hiroshima?


Weber, M. (2012). La ética protestante y el espíritu del capitalismo [pdf]. Fondo de Cultura Económica

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