Severance I. El trabajo es sólo trabajo cuando todo es trabajo

La enorme potencia narrativa de Severance reside en que no inventa nada. Tiene un aspecto de ciencia ficción radical gracias a una hipótesis revolucionaria, pero la aplica a una serie de fundamentos tomados del mundo real, a menos que consideremos ficcionales los discursos de pensadores y científicos sociales como Freud, Marx, Max Weber, Foucault o Erving Goffman entre otros. Y esta primera idea es la que queda en cuestión nada más exponerla: el aspecto realista del retrato empresarial que presenta junto con el mundo del trabajo que emana del mismo. La exhibición de Lumon como institución enraizada en un discurso religioso y redentorista puede parecer un fruto de la pura invención de Dan Erickson que no responde a la realidad corporativa contemporánea. Pues la tendencia a convertir el trabajo en vía de realización personal tiene amplio predicamento social, se presume que nuestra dimensión profesional participa de una naturaleza secular y profana. 

Sin embargo el cariz abiertamente religioso de Lumon no es un puro invento de la imaginación de un autor de ficción, sino una caricatura grotesca de la raíz ideológica que late al fondo de la empresa capitalista conformadora del mundo real. Un mundo real instalado en un presente manifiestamente agnóstico, pero hundido secretamente en un pasado religioso que dota precisamente de legitimidad original a una forma particularmente lucrativa de entender la acumulación del trabajo y su función en nuestras vidas. Este trasfondo es lo que empieza a removerse como tierra roturada cuando Mark recuerda a Mrs. Cobel que "el trabajo es sólo trabajo", por lo demás, una afirmación de lo más común que responde a una apreciación popular más común todavía. Y que el interés narrativo de Severance impugna lanzando una serie de cuestiones que ponen en crisis la a aparente obviedad de una aclaración que, por lo tanto, no merecería ser tal.


Y es que si el trabajo es sólo trabajo, ¿cuándo el trabajo es algo más que trabajo?, ¿qué es lo que se añade al trabajo para que sea algo más que trabajo, y sin embargo siga siendo trabajo?, ¿qué era el trabajo en origen?, ¿cuál es la naturaleza de esa plusvalía que, sin modificar al trabajo, lo convierte en otra cosa?, ¿y qué manera habría de resumir a la hora de comprender el trabajo como resultado de trabajo más otra cosa donde, para seguir siendo trabajo sin evidente añadido, el resultado de esa operación es más que la suma de las partes? Todo esto comienza a movilizarse a través de la exposición del trabajo como misterio expreso.

Contra la mentalidad profana del trabajo como variable cuantitativa, Severance expone el polo opuesto de trabajo como misterio que transforma la experiencia del trabajador, no sabemos si genuina o supersticiosamente. Esta es la paradoja que encierra: el trabajador accede a separarse en un "innie" (no sabemos si previo nini) porque el trabajo es sólo trabajo, tiempo contante traducible en dinero sonante sin que revierta en experiencia vital significativa. Y entonces, cuando el innie queda sumergido en el tiempo de trabajo como una totalidad de la existencia sometida a ciclos de eterno retorno, el trabajo se torna misterioso. Así el trabajo como contables del grupo protagonista empieza a impregnarse de sensaciones inefables que convierte al número en una experiencia emocional. Los números dan miedo, alegría, consuelo... Se impone una numerología donde la cifra se hace sensible, a modo de puro símbolo.

Cuando el trabajador comprende que está sumergido en un misterio, empieza a buscar la respuesta a este misterio fuera de su recinto de trabajo. Cae en un laberinto. Encuentra hechos sin lógica que pueden entrañar intereses de fondo herméticos, como la cría de cabritillos. Pero el misterio del trabajo no reside en un lugar externo y localizado materialmente a modo de tesoro escondido en un mapa que no termina de trazar, sino en el seno del trabajo mismo como concepto que hemos permitido que haya sido ampliado para albergar un interés trascendental en nuestras vidas, al punto de poder ocuparlo todo. La ocupación total depende, no de la habitación de un espacio alienante y desconocido del que sabemos que tiene límites pero no sabemos superarlos, sino de la aceptación acrítica del significado que da sentido a una experiencia integral del vida, que ahora resuena cada vez que decimos "trabajo".


El misterio del trabajo consiste en su capacidad para imponer un pensamiento mágico capaz de dotarlo de valor sustancial en nuestras vidas, cuando la posibilidad de trabajar está transferida a alguien externo de quien pasamos a depender, de forma que esta trascendencia laboral lo convierte en autoridad moral que justifica su derecho a quedarse con la plusvalía generada por nuestro tiempo de sacrificio. En próximas entradas ahondaremos en la forma radical que tiene Severance de representar esta circunstancia. De momento basta con señalar la capacidad de la serie para exponer esta dialéctica entre el "sólo trabajo" y el "todo trabajo", para poder considerar su acción en nuestras vidas sin necesidad de que ningún chip separe de forma definitivamente radical nuestra vida laboral de nuestra vida privada. 

Lumon tiene por lema un rótulo de futuro que reza "Unidos en la separación", pero la disonancia que encierra esta propuesta, cercana al oxímoron, está operando en cada trabajador real del mundo presente, desde que hacemos una partición inaugural del disco duro de nuestra vida con horas del día dedicadas a nuestro primer trabajo, y comenzamos a instalar programas de legitimación personal de este hecho más allá del dinero que genera para compensar el sufrimiento que conlleva. Severance nos recuerda este sacrificio olvidado contra el único tiempo que lo ocupa todo sin pedir separación ni recuento: el tiempo de juego. Todo lo demás, como diría Freud, es malestar en la cultura.

 


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