Herencia y juventud de Tony Stark II. La identidad juvenil como milagro eléctrico

Tony Stark escucha Back in Black mientras cruza el desierto de Afganistán momentos antes de que una bomba cambie su vida. Tiene 38 años, pero, en su cabeza, el sonido de esa canción proyecta una imagen que lo convierte en reflejo del rockero arquetípico, instalado en una suerte de juventud eterna. Para cuando Tony escuchó Back in Black por primera vez con 10 años, Brian Johnson ya tenía 33. Angus Young andaba en los 25. Sin embargo andaba desde los 18 dándole a la guitarra como un poseso electrificado. Su traje sempiterno de colegial arrastra su imagen juvenil todavía más atrás, estancado en lo pre-púber todavía en 2022, tiene programados varios conciertos de primavera por Europa sin que el tiempo haya disuelto esa icónica imagen. El rockero convierte el estilo en arma simbólica contra el tiempo, deteniendo su paso en el punto mismo en que el rock generó el mundo tal y como lo conoce. 

Al fan de AC-DC, un mundo sin rock se le hace inconcebible. Es la música del diablo e imprime un carisma de vida, de donde emana el significado del resto de las cosas que habitan el mundo. Antes del rock no había nada. El mundo estaba desencantado y el rock lo animó con su magia. AC-DC es también la banda que predica una cosmogonía rockera, un discurso quintaesencial del rock celebrándose tautológicamente a sí mismo, rockeando para renovar el mundo en el mito de su creación a través de una voz primigenia que exclamó "hágase el rock", y el rock se hizo, "desatando una tormenta" allí por donde pasara una banda desde entonces, destruyendo y reanimando el mundo en una descarga eléctrica de luz y sonido. Iron Man es la banda de Tony Stark encapsulada en un traje de hierro pesado, pero propulsado al cielo aeroespacial por mor de su ingeniería.


Bon Scott tenía 31 años cuando AC-DC lanzaron Let there be rock en 1977. Estaba a tres años de fallecer y dejar un bonito cadáver que estancara su memoria en la imagen eterna de un macarra greñudo y descamisado. Llevaba desde los 18 cogiendo el micro con the Valentines. Tony Stark tenía 7 años cuando vio por primera vez a Scott disfrazado de irreverente cura, arrastrando el comienzo del mundo hasta 1955, cuando nació el rock´n´roll. 

Eso dice el Evangelio de AC-DC, que el rock nació en 1955, junto con todas las enciclopedias que asientan las verdades de la Historia. Pero el rock no tiene que ver con la Historia, tiene que ver con el mito, y el mito de masas nació en 1956. El rockero fue parido por la televisión en las casas de toda América, y el mundo entero quedó hipnotizado por el erotismo de formas incluso procaces, que amenazaban con subvertir un orden puritano hecho de represión ascética frente a los deseos instintivos. En el vientre abombado del ente televisivo se gestó una noche de enero un joven de 21 años recién cumplidos. Un ser dotado de superpoder ubicuo que nadie vio venir, aparecido de golpe y sentido como una bofetada contra la moral instituida, llamado Elvis Presley. Fue el primero de una serie eventos en el plazo de dos meses, a modo de milagro repetido semanalmente en la pantalla de la RCA a la NBC, y de allí a la CBS. Así nació el joven como nuevo sujeto social tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como un hijo de la tele en un movimiento recurrente de personajes que tenían en común la veintena de edad como media. 20 tenía Gene Vincent cuando asaltó las listas con Be-bop a Lula. Eddie Crochan, tan solo 18. Un año antes Jerry Lee Lewis obtenía su primer éxito comercial con 20. Little Richard contaba 23 años cuando alcanzó el éxito masivo en 1955 con Tutti Frutti. En 1957, Buddy Holly entraba en las listas de éxitos con That'll Be the Day a los 21 años. Al lado de estos referentes, los 29 años de Bill Haley le mostraban como un abuelo sin haber entrado en los 30, cuando lanzó Rock Around the Clock en 1954.  

Tony Stark tiene difícil encaje con la imagen hardrockera que utiliza para proyectarse en su escapada frente a la falta de legitimidad que acompaña a su negocio de armamento como "mercader de guerra", porque está cerca de doblar la edad a los jóvenes que toma como referencia, pero el nacimiento televisivo del joven en sociedad arroja otro problema aún más sustancial que la dificultad para instalarse de forma eterna en una suerte de juventud hipostasiada: este problema es la falta de herencia. 

El joven formado de todos los jóvenes aparecidos de golpe en la televisión es un ser nuevo, sin referencias previas. Se lo percibe sin ataduras y con una actitud proactiva contra el condicionamiento de la tradición. Aparece de la nada sobre una pantalla, sin más colchón que su vitalismo proteico. Y Tony Stark recibe a esos 21 años preceptivos que señalan la edad de nacer como joven en sociedad, la herencia de una megaempresa multimillonaria que tiene el origen de su abundancia enraizado en el pecado capital de la bomba atómica a través de la participación de Howard en el Proyecto Manhattan. Esta condición es precisamente la que Tony pretende camuflar al definirse por un gusto orientado hacia la banda que representa la quintaesencia del estilo hardrockero. Que Tony es alguien con herencia en un mundo donde la herencia es una maldición, y en su caso, esta maldición es redoblada. 

No se trata sólo de que la riqueza surgida de la relación con la bomba atómica constituya una herencia maldita; es sobre todo, como veremos, que la herencia constituye en sí una maldición intrínseca. Es el dilema en ese reverso de Thanos, obligado a sacrificar a su primogénita para demostrar el desinterés radical que acompaña a su obsesión acumulativa por el lucro lujoso de unas joyas del infinito que salvarán al mundo diezmándolo por la mitad. Ese espíritu capitalista que está siempre pendiente de legitimarse porque tiene que convertir el pecado capital de avaricia en un vicio sublimado a modo de virtud definitivamente altruista. La predestinación protestante embarcada en esa misión de progreso, exige una ausencia radical de ataduras contra todo tipo de herencia previa. Y así como Gamora es eximida de cargar con ese lastre conforme se la sacrifica para demostrar que no late algún gen egoísta en la empresa redentora de Thanos, Tony es cargado con un lastre de referencias estigmatizadas que le impide ser otra cosa que un Atlas cargando con el mundo que la propia bomba atómica deja atrás. 

La identidad juvenil es un milagro eléctrico surgido espontáneamente al encender una pantalla de mágica ubicuidad. El joven es alguien que sale directamente del fango por el vientre de un titán comunicativo, un sustrato que encarna una clase en sí misma contra toda ausencia de herencia como prole del proletario. Pero Tony no viene del fango, sino del lujo, del que precisa ser excretado para legitimarse contra la herencia de la que gana su privilegio criminal. Precisa volver al negro, apagarse y reencenderse en un reseteo sacrificial. Caer en el fango en que nunca estuvo pese a simular participar del mismo, al presumir enfáticamente de su gusto fanático por AC-DC. La explosión que rompe su vida mientras suena la banda australiana, provocada por una bomba de su propia compañía, es una suerte de oportunidad que actúa a modo de karma estéril porque "aquel que cae en el fango, podrá ir pagando, como quiera que sea, con el fruto de todos sus méritos, los intereses corrientes, pero jamás el valor global del adeudo" (Weber, 2011, p. 74). 

Por mucho que Stark vaya de ingeniero genial versado en los misterios prometeicos de la electricidad como germen moderno, por mucho que se hibride en una máquina proyectiva convertida en hombre de hierro y cohete espacial navegado por una inteligencia artificial llamada JARVIS, por mucho que busque su muerte a modo de sacrificio pulsional para partir por fin de cero, el fango le está vedado, porque el global de su adeudo es el fango lucrativo de una herencia descomunal que le impide el riesgo precario de autodeterminarse contra toda referencia previa. Esto es lo que denota presumir de rockero conforme te acercas a los 40, que el fracaso que te espera es no haber fungido tu vida a los 27 en capital amortizado de forma puramente carismática. 

Y ahora somos como Tony, acumuladores aspiracionales de capital, bloqueados en nuestra autodeterminación por una herencia traducida en deuda, impidiendo una posición legítima de emprendimiento que, por capitalista, tendría que ser verdaderamente revolucionaria. Tony Stark es la extensión de la tensión imposible marcada por la aporía irreal contenida en el mito de ser joven y moderno, como reverso fantasma a revelar del espíritu capitalista, al que el UCM dará salida insospechada en un tiempo donde la Generación X de la que forma parte, sigue bloqueada en la nostalgia retromaníaca (Reynolds, 2011) al punto de no contemplar que nuestro héroe rockero, que adquiría su carisma de su naturaleza juvenil, se ha convertido en un viejo. Y si el cine es capaz de renegociar el consenso social en torno al relato hegemónico reformulando con superhéroes su aspecto mítico, ¿cómo renunciar a la fe rockera en la que pusimos nuestra más impactada ilusión juvenil, cuando basta con ir variando, año a año, el credo?


Reynolds, S. (2011). Retromania. Pop Culture's Addiction to Its own Past. Faber & Faber.

Weber, M. (1999). Etica Protestante y el espiritu del Capitalismo. Premiá editora.

 


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