El joven como invasor de sí mismo I. El que esté libre de años que tire la primera piedra

En el centro de la Saga del Infinito hay un nudo gordiano atado durante el lento proceso de formación histórica de nuestro mundo moderno, como un núcleo que irradia una influencia inadvertida sobre el sustrato religioso en que se cimenta el discurso capitalista. La opinión común es que este sustrato religioso es un tema superado, pero el objeto central de estos apuntes consiste en dar evidencia de lo contrario. Los apuntes de este blog tienen por objeto demostrar la expresión de este tema en el discurso del UCM, confirmando la función ideológica de la serie en la construcción de un discurso donde se presenta la última iteración del mito capitalista por antonomasia, esto es, el de estar alentado por un cierto "espíritu" donde el afan de lucro acumulativo tradicionalmente asociado al pecado de avaricia, se transmuta en colmo de la acción desinteresada pese a sostenerse en perjuicio de un reparto social igualitario.

Quizás, la mejor vía para profundizar en esta contradicción consiste en comprender la forma en que el  espíritu capitalista se cimenta en la vinculación de dos elementos difícilmente reconciliables según un contexto antitradicionalista, como son las ideas de progreso y predestinación. Esta es la clave del asunto, que el espíritu capitalista se propone como punto de anclaje antitradicionalista de acuerdo al análisis de Max Weber, pero este impulso histórico de progreso queda interrumpido por quedar en manos de un sujeto marcado por una condición de predestinación que, por el contrario, se enclava en un contexto de necesidad mítica. El espíritu capitalista se trenza en esta vinculación extraña donde el individuo predestinado se convierte, precisamente, en motor de progreso histórico.

No cabe predestinación alguna en un marco histórico, de forma que convertir a un sujeto predestinado en motor de progreso histórico es una supina falacia lógica. Sin una lógica de este tipo, una sociedad secularizada realmente liberada de cualquier raíz religiosa encontraría escaso interés en un cine como el del UCM. Un relato donde su protagonista precisa cumplir con su destino arrebatando a su némesis el capital acumulado de un lujo incalculable donde se resumen alegóricamente los principios del universo mismo, en forma de guantelete preñado de joyas para, con ello, redimir a la humanidad frente al apocalipsis. Si la cultura capitalista no asentara sus cimientos todavía en un trasfondo religioso, ni el héroe predestinado sería el modelo de instrucción dominante del cine de entretenimiento como paideia globalizada, ni la adquisición fetichista de una serie de joyas compondría ningún itinerario de justicia social suficientemente atractivo y significativo. 

A la vocación del cine por transmitirnos la ilusión generalizada de que somos especiales por el hecho de ser únicos, corresponde su traducción económica señalando a una minoría de individuos como artífices reales de este potencial realizador, a través de una voluntad de emprendimiento cuajada en misión carismática de enriquecimiento empresarial. Sin la lógica falaz de la predestinación religiosa como elemento distintivo de genuino motor de progreso, ciertas figuras notables de nuestro tiempo no resonarían en nuestro imaginario colectivo con la fuerza evocadora del mito. Uno puede advertir en la construcción social de la imagen de Steve Jobs este influjo, por ejemplo. Hombre pragmático por un lado y con una componente declaradamente espiritual por el otro, de carácter fuertemente ascético como resumía su negativa a vestir otra cosa que un negro eterno de quita y pon. El CEO que dio a morder la manzana al planeta irradiaba este aspecto de genialidad excepcional genuinamente promotora de progreso civilizatorio, con el iphone como factor mutante de una sociedad llamada a progresar en su abuso.


La lógica de la predestinación inscrita en el espíritu del capitalismo contrapone las ideas de tradición y progreso, pero este conflicto general se ramifica en categorías particulares que van a parar en problema moral asociado tanto al padre como al hijo. Y este es uno de los problemas centrales para adentrarnos en el aspecto político de la cultura juvenil, la dificultad para entender que el joven como sujeto social no expresa más alternativa que constituir la otra cara de la moneda representada por los valores tradicionales contenidos en la figura de su padre. Así, la pasión redentora de Stark por el guantelete de Thanos no es más que la pasión redentora de Thanos por ese mismo fetiche, encubriendo un proceso de asimilación de la empresa paterna a la que está obligado por herencia familiar, sin por ello romper con su propia llamada a una vía de predestinación única. 

Esta es la tragedia a la que obliga el aspecto central de la idea de predestinación, como certitudo salutis en torno a la que pivota la salvación del CEO capitalista: En su necesidad de demostrar que su "profesión" acumulativa de capital no esconde interés particular ni mundano, el padre está obligado a renunciar a dejar en herencia su empresa a su hijo, contra el reclamo ciego de su gen egoísta. Y precisamente mediante esta hecatombe, demuestra su carácter anti-tradicionalista. Pero además, si el padre sucumbiera a la tentación de prolongar su misión de salvación personal volcando sobre el hijo la herencia, es entonces el hijo quien queda secuestrado por un mundo de comodidades contra la aridez de construir su propia vía. Y esta es precisamente la censura que hace el joven moderno a la generación anterior, pretendiendo apartarse en un corte radical donde la cultura ya no solapa a la naturaleza suplementariamente, sino que la sustituye en un movimiento de hipóstasis mutante. El joven se hace categoría en sí misma, eidos, principio de necesidad categórica utilizado a modo de autodeterminación radical, para romper el vínculo con toda vida pasada, obligando entonces al sujeto social emanado en ese movimiento, a ser joven por siempre. 

 

Tony Stark se hace el joven oyendo a AC/DC porque el yippismo señala indigno de confianza a todo aquel mayor de 30, como Alphaville claman su deseo de ser jóvenes por siempre, pero el tiempo avanza inexorablemente. El hijo que crea la frontera artificiosa de la juventud como hipóstasis, para preservarse de convertirse en su padre, pero los años siguen cayendo. Aparece entonces una amenaza fantasma, pocas veces reconocida, escondida bajo capas de apariencias que diferencian generaciones entre estilos y clases que se distinguen por sus dineros, y por privilegios escalados sobre el volumen de cuentas corrientes: la del joven como invasor progresivo de sí mismo, al que sólo elimina la muerte antes de tiempo. Pero a ver quién quiere ingresar en el Club carismático de los 27 por mucho que sólo morir joven te haga bueno. 

Es mejor mutar en secreto como invadido por un ultracuerpo adulto mientras intentas mantener una apariencia juvenil eterna mediante la construcción social del estilo y las pautas de consumo infantilizadas, que para eso ser joven dejó de ser un hecho puramente biológico. Así que en la resistencia generacional a ser buena gente desde hace más de medio siglo, tiene que llegar Thanos como un Padre Universal, a diezmar un planeta rebosante de baby boomers y sucesores, todos impostores. Y a ver quién es el guapo que tira la primera piedra si nadie está libre de culpa cuando el Patriarca del Universo esgrima su razón ecologista, si la condición para pasar por cirugía para cumplir tan juvenil como Robert Downey Jr. a su mediana edad, precisa de una suma de dividendos sólo al alcance de cuentas corrientes como las de Tony Stark.




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