Severance II. Helly como inauguración infernal del inconsciente freudiano

Habíamos dicho una cosa que sonaba rara y otra que parecía cuestionable. La cosa rara es que no cabe aclarar que "el trabajo es sólo trabajo" a menos que hayamos entrado en una situación caracterizada por el riesgo de que "todo sea trabajo" pues, en caso contrario, este extremo no merecería aclaración. Severance da forma a ese riesgo de totalidad laboral inusitadamente. Sin embargo es probable también en el mundo real, el trabajo del mundo real se haya totalizado sin que nos demos cuenta, y sin necesidad de vivir en un escenario de pesadilla tan brutal como el que plantea Severance. Esto daría pie a la cosa cuestionable que habíamos dicho, esto es, que Severance es mucho más realista de lo que aparenta a primera vista.

Hay un indicio que cabe ponernos sobre la pista de que el espectador vive en un mundo donde el trabajo se ha totalizado; tiene lugar en las terapias de la empresa para ajustar emocionalmente a sus trabajadores. Estas terapias consisten en un material de refuerzo motivacional basado en informar al trabajador de aspectos desconocidos de su vida fuera del trabajo, tranquilizándole en relación al sacrificio que el innie asume en su bucle laboral sin límite. El consuelo que ofrece esta terapia, descubrimos que reside en certificar que el outie amortiza el sacrificio laboral del innie convirtiéndose en buena persona. El innie ha petado laboralmente, y se reequilibra sabiendo que su outie es alguien que "alegra los días a los demás con una simple sonrisa", "tiene tiempo para los demás" de forma altruista, "es amable", etc.

Si se piensa, esto es bastante raro. Porque pongámonos en situación. Si uno viviera en un bucle de jornadas laborales sin descanso donde no hace más que resolver tareas como una especie de Sísifo que inevitablemente termina por entrar en crisis, lo último que le relajaría sería confirmar la pertinencia moral de la parte de sí mismo que lo ha condenado a esa pesadilla. De hecho, puesto que el innie vive una existencia tan penosa, lo normal sería consolarla pensando que, al menos, su outie está disfrutando de una vida constante de fiesta y dispendio. Si al menos la terapeuta confirmara que el outie vive la vida loca, el innie podría encontrar en esa información un motivo de equilibrio para convenir que su atroz sacrificio está compensado. Por el contrario, la toma de conciencia de que el outie se mantiene en una formalidad ejemplar posterga el momento de liberación definitivamente, sin que la tensión pueda ser nunca evitada.

Que Severance plantee este tipo de homeostasis terapéutica como una posibilidad mínimamente razonable, indica hasta qué punto cabe haberse producido una totalización del trabajo en el mundo de la audiencia, por cuanto pudiera aceptar tal propuesta como plausible en función de la ideología que forja el entramado de convenciones de su imaginario. Lo razonable es pensar que alguien sometido a jornadas de trabajo sin descanso en una serie laboral eternizada, se convierta en una olla a presión a la que se le salta la válvula sin remedio. El único consuelo posible consistiría en ofrecer una luz al final de ese tunel que apuntara un alivio sin paliativos de la tensión, mientras que la formalidad ejemplar como alternativa significaría el mantenimiento de la represión como gratificación motivacional ofrecida a alguien que ha dado muestras de que esto se le hace insostenible. 

Por así decir, que la audiencia de Severance no detecte en este tipo de terapia un agujero de guion, o más bien, que este tipo de terapia no haya sido una opción descartada para dar forma a Severance por admitir que es una parte demasiado irreal incluso para su aspecto de ciencia ficción, apunta el indicio de una totalización del trabajo en el mundo de la audiencia. Por el contrario, considerar que esta terapia, lejos de ser motivo de consuelo para un Sísifo laboral, lo que haría sería echar más leña al fuego, indica la dirección por la que Severance puede ser entendida en un sentido realista. Este sentido tiene que ver con la interpretación de la separación que propone, en términos freudianos. 

Mientras que el régimen laboral de la serie se totaliza al punto de obligar a aliviar la tensión que produce en términos de principio de placer, el sostenimiento del innie en ese régimen totalitario por parte de un outie despiadado apelaría al principio de realidad. Por lo demás, el corte existente entre el mundo del trabajo y el mundo privado correspondería al desconocimiento existente entre la parte inconsciente de la personalidad y la parte consciente respectivamente, en un giro donde lo laboral ha pasado de componer un ámbito público a un aspecto secreto de lo social, convertido en intrínsecamente perverso por su condición de hermético tanto más cuanto, de puertas para adentro, se insiste enfáticamente en presentarlo como ejemplar.

Pero si esta relación de hermetismo y sojuzgación existente entre el innie y el outie pudiera referirse a la relación freudiana entre nuestro inconsciente y nuestro consciente, la implantación del chip que hace la partición de la personalidad no es una opción de futuro hipotético en función de un cierto avance tecnológico, sino una realidad alojada en el pasado de nuestra primera infancia. Esta es la atrocidad realista de Severance: el aspecto despiadado del outie frente a la razonable desesperación de un innie sometido a represión sin límite, es un hecho normativo que acompaña a la propia conformación de la personalidad humana, tanto más cuanto la persona resulta más ejemplar en términos morales.
 
En algún momento del pasado, el chip fue insertado ante la insurrección provocada por la necesidad de aliviar la tensión pulsional provocada por la fijación infantil en cualquier objeto identificado como principio de placer. Puede ser que nos apeteciera un dulce y no conviniera comer demasiado azucar entre horas, o que otro niño tuviera un juguete que anheláramos por pura mímesis provocada al verlo gozar en el acto de su posesión. La satisfacción de nuestro deseo nos fue negada por nuestros padres con buenas razones, y con "ello" llegó el quebranto. La invitación al aplazamiento de este deseo, que en ese tiempo nos pareció sine die, nos resultó inaceptable. Como Helly en su primera semana, comenzamos a adoptar todo tipo de tácticas para renunciar al contrato de represión que la autoridad paterna nos puso sobre la mesa. Nos retorcimos, gritábamos, berreábamos, no lo entendíamos, no lo aceptábamos, nos negamos con todas nuestras fuerzas. 
 
Fue un instante horrible que hemos querido olvidar de total locura y endemoniamiento, ejerciendo la violencia como un poder expansivo, primero contra la fuerza represora, y luego en un giro desesperado, como una amenaza nihilista arrojada contra el régimen de las buenas razones que justifican la tensión insoportable, como una agresión autolesiva contra nosotros mismos. Es el punto al que llega Helly en su intento de suicidio, a modo de represalia que obligará al outie a tomar en cuenta que, el mundo de olvido laboral al que se la ha condenado en eterno sacrificio represivo, es un sitio de consecuencias al fin y al cabo. 
 
El atroz realismo de Severance consiste en el sostenimiento del malestar como fundamento de la propia cultura. Un malestar tan profundo que, sostenido, resulta desquiciante en un sentido literal. A través de esta separación de la personalidad, el trabajo de represión contra el deseo de aliviar la tensión que conlleva, se vuelve un régimen totalizado de puro inconsciente, como una condena cada vez más secreta contra los réditos morales que genera, convirtiendo a esta parte nuestra en progresivamente inconfesable. 
 
Empieza ahí la válvula de la olla a escapar un indicio de esta existencia a modo de gesto, de lapsus, de ambigüedad onírica, de síntoma neurótico. Los números antes neutros y puramente ordinales empiezan a cargarse de un fetichismo simbólico que los vuelve entes misteriosos de puro estar obligados a contemplarlos frente a una pantalla cuando el innie de Severance desearía estar en las Bahamas. Y entre el innie y el outie comienza a extenderse un canal preconsciente donde surge de forma obsesiva, la imagen de un pasillo ominoso que representa la amenaza del castigo de forma artística. El acceso a la "break" room, simultáneamente sala de "descanso" y "ruptura" literal de la voluntad, representada en una serie de cuadros dominados por el negro de un óleo que se filtra como chapapote en medio de las jornadas de trabajo de un Irving que lleva una eternidad intentando convertirse en el trabajador perfecto, mientras fuera suena con violencia intempestiva el ritmo primitivo de Motorhead. 
 

Helly representa, como ningún personaje de Severance, la inauguración del mundo inconsciente como régimen totalizador particionado del trabajo represivo al que obliga la construcción de la personalidad como posibilidad razonable de adaptación social. En su nombre le va el significado de lo que comprende esta inauguración, "Hell-y", por así decir, un "infiernito". Una experiencia de abandono a la derrota que genera una frontera donde reina un lema parecido al que encuentra Dante al comienzo de su viaje infernal en La divina comedia: abandona toda esperanza.


Pero si la inauguración de la partición personal que da pie al inconsciente entraña la experiencia de un infierno al que somos arrojados de un paraíso previo conformado por un mundo donde vivíamos como agua en el agua, la primera serie de prohibiciones forzadas por el poder descomunal y la determinación implacable de la autoridad paterna, constituye un fenómeno desdibujado en un régimen difuso que aún permitía entrar y salir indistintamente de la censura a la carantoña, de la tensión al placer inundado de risa, de la nada al todo en un momento, del régimen familiar como acceso ubicuo a la madre a la sola amenaza del cuerpo del padre como una boya contra la que nadar en pos del sostenimiento oceánico.
 
La totalización del trabajo represivo y el realismo del Severance tuvieron lugar en un acto del pasado que supuso la implantación del chip ideado por Lumon, pero el régimen familiar es quizás, todavía, un dominio difuso de muros permeables en un hogar que lo ocupa todo. Quizás el chip se implanta el día en que este principio de autoridad represiva se trasplanta a otro sitio definitivamente externo, material y físico. Un lugar delimitado por muros que separan espacios rigurosamente cartesianos según una estructura regular y lógica, disponiendo otros cuerpos pequeños como los nuestros en un orden serial que los homogeneiza. Separados unos de otros, pero juntos en la pertenencia a una cosa llamada "clase" que luego supiste que "tenía lugar" en un "aula", palabra que no entendías pero que sonaría bastante a "jaula", esa que sin entenderla adjudicarías a corta edad como símbolo emblemático de encierro contra un animal naturalmente bello por la naturaleza de su canto. 
 
Quizás el chip de Severance es el primer pupitre ocupado en la escuela como lugar de trabajo forzado, reiterado en el ritornelo de una mesa de oficina situada en un cubículo de oficina, territorializando la separación y la pertenencia a una estructura totalizante que, desde arriba, se asemeja a algo entre la cruz y la esvástica. Lo atroz de Severance es que la segregación a ese campo de concentración sacrificial es de por vida, y es real, y el carnicero de Mauthausen somos nosotros mismos en la picadora de un sufrimiento que permite, así, exhibir pulida esfericidad cada vez que ganamos puntos en sociedad al sublimar nuestro deseo ante un prójimo agasajado por el artificio mutuamente construido a través de refinadas buenas formas. Por debajo de nuestros outies, andan nuestros innies en el llanto y el rechinar de dientes.
 

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