El joven rebelde como sujeto revolucionario I. Peligro y sobreabundancia

El análisis de Rebelde sin causa (Ray, 1955) efectuado en Harry Potter y la cultura de la vigilancia (Abad, 2019), incidía en el aspecto peligroso del joven como sujeto revolucionario. La película construye un discurso preventivo en este sentido, a través de un subtexto que gira en torno al valor emblemático del rojo como ideologema asociado al proyecto soviético. En tiempos de Red Scare, con el marcartismo incitando a la delación del vecino presuntamente comunista, no puede suponerse que una historia ejemplar sobre un joven problemático icónicamente vestido con chupa roja no contenga un ángulo de lectura inevitablemente político. Sería como si en tiempos post-11S decidiéramos vestir a un personaje con turbante y pretendiésemos que ese signo estuviese ausente de connotaciones relativas al problema del terrorismo islamista. Lo cual, por cierto, sucede en el cine de Harry Potter, gracias al sincretismo simbólico favorecido por su carácter de pastiche fantástico, a cuenta del personaje de Kingsley Shacklebolt.

Rebelde sin causa funcionaba así como una especie de hechizo anticomunista en un momento de purga social al comienzo de la Guerra Fría, pero la película contiene también una semilla discursiva donde presenta al joven como sujeto revolucionario en un sentido positivo. La Guerra Fría no es sólo la implantación de un tiempo histórico dominado por un cierto riesgo político que es preciso conjurar, sino, también, la apuesta por un nuevo modelo social impulsado por la sociedad de consumo. Es en este contexto donde Rebelde sin causa postula al joven como nuevo sujeto social, y no puramente antisocial. Su identificación preventiva a través de una etiqueta ideologemática en un sentido político es la cara antisocial de la moneda revolucionaria. La cara pro-social del sentido revolucionario tiene que ver con una actitud pro-activa en una sociedad legitimada a través de un pro-yecto de pro-greso, donde el joven se presenta como un sujeto que adopta conductas originales enredadas, como tales, en cierto grado de conflicto por su propia naturaleza vanguardista. Este conflicto es lo que, a primera vista, se percibe superficialmente como un fenómeno insignificante de "violencia juvenil", tal y como se lo presenta, por ejemplo, en el póster de la versión española de Rebelde sin causa, por parte de "un chico de buena familia lanzado a la vorágine actual". Esta "vorágine" tan actual de la que habla el póster es, también, la suerte de contradicción paradójica en la que cae un sujeto social que, de repente, precisa ingeniárselas contra un problema inédito en la historia de su especie, que tiene que ver, contra el rigor normativo de superar la escasez, con la insólita dificultad que encierra la posibilidad de empezar a ver como problema una situación de sobreabundancia.

Y es que esta es la primera interpretación normal que acompaña al sintagma "rebelde sin causa", referida precisamente a la ausencia de motivos para rebelarse por parte de un joven que lo tiene todo. Se trata de una apreciación efectuada expresamente por parte del padre de Jim ya al comienzo de la película, cuando va a recoger a su hijo a comisaría. Allí el Sr. Stark espeta si acaso no "le compra todo", a lo que Jim responde que sí, pese a lo cual, parece que todavía le falta algo. La conclusión normal es suponer que le falta amor en una sociedad materialista donde las cosas sustituyen a los afectos. La lectura freudiana efectuada en el libro de Harry Potter se refiere al déficit de un chico que observa a su padre cobarde como un obstáculo genético para postularse como un macho alfa. La lectura en positivo de esta situación es que la abundancia material no sustituye a ninguna carencia problemática, sino que es en sí un problema extraño, por excepcional a lo largo de la historia de la cultura.

Rebelde sin causa se esmera así en construir situaciones que evidencian esta sociedad de consumo como una realidad que supone el punto de llegada histórico de un proyecto social alumbrado por esa modernidad encabalgada sobre una esperanza en la idea de progreso. Durante el desayuno previo al primer día de escuela de Jim, la mesa aparece repleta de una copiosa variedad de comida. Su madre le insta a comer huevos y le anuncia que tiene pastel para el recreo. La situación de abundancia material es también de sofisticación tecnológica; Jim dispone en los años 50 de un termo para mantener frío su zumo de naranja. Para cerrar esta idílica representación, el padre de Jim echa mano de su memoria para recordar un primer día de escuela donde también su madre le atiborró en el desayuno. Es quizás el detalle que denota la pretensión de elevar a mito esta situación de abundancia asociada a la capacidad de producción capitalista. El tiempo de la adolescencia del padre de Jim tuvo lugar probablemente durante el periodo de Gran Depresión marcado por la crisis del 29 y fenómenos aledaños como el Dust Bowl, pero Rebelde sin causa hace tábula rasa histórica para hacer pensar a la audiencia que el sistema americano ha sido siempre como de eterna abundancia. Y contra esta situación Jim se muestra reticente a comer, actitud que de forma normal interpretamos en función de los nervios característicos del primer día de escuela. Aquí sin embargo la leeremos en relación a una nueva función social de consumo, de la que el joven se va a convertir en paradójico abanderado.

Esta misma situación de sobreabundancia se percibe cuando Jim llega a la escuela. El derecho a la educación se muestra como una realidad abarrotada en lo puramente humano, donde, además, el nivel medio de los estudiantes en términos de poder adquisitivo da para mostrarlos bien vestidos y con automóviles normalmente a su disposición. Hay que tener en cuenta que, en este sentido, el protagonista de Rebelde sin causa y su nueva panda representan a un grupo de adolescentes. Adolescentes que cuentan con automóviles lujosos en tal número que, aparentemente, eliminan la sensación de poseer algún valor económico al punto de usarlos como medio de juego llamado a su destrucción segura. 


Se trata de una cuestión que no se ha valorado suficientemente a la hora de revisar históricamente Rebelde sin causa. Existe esta especie de broma sobre Star Wars a propósito de lo insensible que resulta la saga al usar a los Troopers como material fungible en términos simbólicos, sin reparar que tras cada muerte de uno de ellos se esconde una hipotética tragedia familiar. O, como hemos visto en Hawkeye o Cilvil War, el UCM tiene la peculiaridad de poner sobre la mesa la cuestión de los efectos desastrosos que se producen en medio de las hazañas superheroicas. Sin embargo, la presentación de la Chickie Run como modo emblemático de entretenimiento juvenil no se acompaña en ningún momento de un discurso que invite a reparar en algo extremadamente obvio, y es que un coche, en la década de los 50, supone un bien de consumo lujoso extremadamente caro, por lo demás, no al alcance de cualquiera. 

No al menos fuera de esos Estados Unidos idealizados en Rebelde sin causa. Contra la instauración mítica de ese tiempo como una arcadia consumista extensiva al conjunto del mundo occidental conformado durante la Guerra Fría, hay que recordar que los 50 en Europa son de penuria al punto de precisar ayuda externa para reconstruirse de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial a través del plan Marshall. La imagen social de esa España depauperada de postguerra retratada por Berlanga (1953), dos años antes del estreno de Rebelde sin causa en la película que narra la decepción nacional sufrida al resultar marginados de ese beneficio, sirve como punto de contraste evidente en este sentido.

Un mundo en blanco y negro todavía paupérrimo económica, tecnológica y culturalmente. Pero ya dependiente culturalmente del imaginario cinematográfico del recién inagurado hegemón americano, al punto de intuir anticipadamente en la noción de estilo personal una solución de encaje social, transmutando a los aldeanos de Villar de Río en cowboys para la ocasión como en una especie de culto cargo. Aunque desconociendo todavía, pese a esta intuición, el pastel envenenado que encierra un nuevo sistema construido sobre la premisa incuestionada de una situación de sobreabundancia, convertida en el problema insólito de un sistema económico girado, de la producción al consumo, sobre la charnela de un necesidad incesante de liberar excedente. 

Y esto sin que la abundancia haga nunca por llegar hasta sus últimas consecuencias, como esa ayuda de Mr. Marshall en el cine de Berlanga, en lo que tiene de liberarnos de la carga de la explotación asociada al trabajo. Asumiendo, no obstante, en la presunta marcha de ese trecho, la asunción progresiva del derecho al consumo como un deber proactivo que no llega a producir este cambio. De esto va realmente la causa de una rebeldía que, por tanto, no puede reconocerse. Encerrando, tras problemas aparentemente sentimentales de tipo cinematográfico, otros de tipo político dedicados a negociar el problema económico de un desactualizado sistema productivo que aspira a la chica que representa un futuro de éxito, aquí y en Estados Unidos, presentándose de "rojo" constante, leáse, más que "comunista", de "peligro" reiterativo. Y esto es justo lo que va a significar Tony Stark al pretender unilateralmente salvar al mundo; actitud aparejada a la grandiosidad excepcional que hoy representa, por encima los líderes políticos convencionales, el CEO megacorporativo.


 

Abad, L. A. (2019). Harry Potter y la cultura de la vigilancia. Del rebelde moral al héroe subvencionado. Alfons el Magnánim.

Berlanga, L. G. (1953).  Bienvenido, Mister Marshall [película]. UNINCI.

Ray, N. (1955). Rebel without a cause [película]. Warner Bros.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Sans títere

Coca Cola y violencia simbólica en Stranger Things

MÁQUINA DE COSER Y BORDAR 20 MÁQUINAS DE ÉIBAR IV