Avengers como INM en tiempos de Gobernanza II. La renuncia al escudo desde la lógica del potlatch como error político

El desenlace de Civil War se produce a través de un combate descarnado entre Iron Man y Capitán América con un nivel de violencia física tan desatada que, por momentos, nos tememos que alguno de los personajes pueda asesinar al otro con sus propias manos. Se trata de un momento álgido en la Saga del Infinito que sirve de punto de inflexión narrativo para fijar definitivamente la posición de liderazgo de los contendientes respecto a Avengers, reafirmando ese protagonismo de Stark desarrollado a través de la serie de postergaciones sufridas por Capitán América hasta entonces.

 
Estamos por tanto, ante un enfrentamiento que fijará la jerarquía de valores administradas por las dimensiones legendarias de la saga, su valor contemporáneo como Gran Relato. Bajo la regresión a una forma primitiva de combate cuerpo a cuerpo, el mecanismo simbólico de renuncia que va a exhibirse para solucionar esta operación simbólica, va a desprender resonancias pertenecientes a la lógica ritual del potlatch. Así, esta jerarquía es representada como propio reclamo publicitario en el póster de Civil War, que organiza a Avengers en dos facciones lideradas por Iron Man y el Capitán América con el escudo de este de fondo. Las resonancias políticas de este enfrentamiento aparecen en la cromática del escudo a través de la dicotomía característica establecida por la antinomia del rojo y el azul. 
 
Solapada sobre el color característico de los propios superhéroes que encarnan, esta antinomia atribuye a Capitán América la posición más conservadora y tradicionalista típicamente asociada al azul, mientras el rojo de Iron Man lo enclavaría en una posición más progresista. Este nivel de significado político que arrastra la trama de Civil War, actualizando la política de intervención internacional de Estados Unidos como policía global, va a dirimirse a través de combate primitivo, cuya coreografía contiene una serie de instancias que construye un discurso sobre la legitimidad de un liderazgo social administrado entre el valor evidente de la victoria sin paliativos, y la honra sublime de una derrota que encierra una forma insospechada de victoria genuina y pírrica. 
 
Se trata por tanto de un relato redobladamente complejo, precisamente, por estar camuflado en la forma de una simple escena de acción conforme al tópico más manido del género de superhéroes que nos ocupa. Esta complejidad se acrecienta al contener, en su narrativa, una lógica dilapidatoria bajo la apariencia de simple eventualidad circunstancial. Bajo la simple voluntad de victoria a toda costa, que exigiría contemplar la conservación de recursos de combate como un valor inequívocamente positivo, subyace así una economía inversa que dota de dicho valor positivo a la pérdida del bien material. De nuevo, todo esto tan confuso se explica a través de la idea de potlatch. 

Típicamente el potlatch es presentado por Bataille (1987) como una institución que demuestra la existencia de lógicas diferentes a la del materialismo dominante en nuestra cultura. El potlatch presenta un desafío en forma de apuesta progresiva, donde los dos contrincantes están obligados a subir la apuesta del contrario sin poder echarse atrás, para terminar apuntando un desenlace paradójico desde una lógica de acumulación materialista. Y es que el ganador es quien pone más bienes sobre la mesa sin que el perdedor disponga de más riqueza material para subir la apuesta, pero la recompensa se aviene a una extraña lógica dilapidatoria: el derrotado no pierde sus bienes sino que se ve obligado a cargar con la pertenencia de todos los bienes materiales apostados en conjunto, mientras el ganador queda desposeido de ellos, a veces a riesgo de quedar en la más absoluta pobreza. 

Quien es capaz de perder sus bienes materiales en una renuncia sostenida al límite, obtiene con ello un prestigio sublime y consecuentemente trascendental frente, digamos, al "vil" metal. Mientras, la posesión material va aparejada a la percepción de un apego humillante. Se trata de un planteamiento radicalmente extraño para esta cultura capitalista dominada por el derecho a la acumulación de bienes materiales, tanto más si son prestigiados por una identidad fetichista en nuestra relación con la mercancía. Sin embargo, esta lógica está presente en la raíz del mito como relato coordinado en torno al valor sublime de la renuncia sacrificial. Ambas lógicas van a operar en la solución simbólica utilizada en el combate final de Civil War a modo de rito, para administrar la jerarquía que dirime el liderazgo en el UCM en espera de que el sacrificio de Stark en Endgame remate la lección ideológica que conlleva.

La complejidad de lo expuesto hasta ahora contrasta con la representación del desafío en Civil War como un combate cuerpo. Este marco de representación supone una regresión al instinto más primitivo de prevalencia sobre el otro, desatado por condiciones precarias de supervivencia que obligan a una lucha por los recursos donde la victoria garantiza, precisamente, la obtención del bien material. Es sorprendente el nivel de violencia exhibido por los dos personajes para remarcar esta emoción pulsional, que el transcurso del combate va a acentuar con la desposesión del bien en propiedad característico. Cuando Capitán América pierde el escudo durante el combate, lejos de renunciar al desafío reafirmará su compromiso luchando a manos desnudas y con violencia redoblada. Por el contrario, la pauta de Tony Stark durante la escena de lucha consiste en disponer de su tecnología punta en todo momento, es decir, en no renunciar progresivamente a ningún bien material hasta el momento del desenlace, que activará la moraleja de la película según la lógica del potlatch sin que las evoluciones de Stark indiquen que haya participado en ningún momento de ella. Mientras Capitán América es pautado en la escena a través de una pérdida de bienes materiales dilapidados progresivamente en el combate, Iron Man no entra nunca en este juego. La asunción de esta pérdida se rematará como un signo de prestigio inequívoco cuando Capitán América renuncie a su escudo tras derrotar a Iron Man, en un giro argumental donde Stark recuerda a Rogers que el escudo que lo identifica le pertenece porque fue fabricado por su padre. Lo que se pretende aquí es valorar este desencaje y el valor de este gesto en términos políticos.

La lógica narrativa del combate responde , pues, a la dilapidación unilateral de recursos tecnológicos por parte de Capitán América en un régimen de signos marcado por el protagonismo de símbolos profundamente abstractos: el corazón de Iron Man frente al escudo de Capitán América. Este marco es ampliado por la presencia de Winter Soldier, que también pierde su brazo biónico y amortiza el significado de la escena a través del valor de la amistad en un sentido trascendente y radicalmente desinteresado. Y es que Capitán América lucha contra Iron Man para salvar la vida de su amigo, que asesinó a los padres de Stark. Más adelante indagaremos en el significado político de esta trama concreta.

En todo caso, la serie de apuestas en términos de dilapidación material a lo largo de la escena, está pautada como sigue: El punto de partida remarca la ventaja tecnológica de Iron Man sobre la dupla militar de contrincantes, pudiendo volar en un escenario a gran altura que pone a estos en riesgo de muerte al carecer de recursos materiales en este sentido. 

En segundo lugar aparece el uso del escudo de Capitán América como recurso utilizado alternativamente por la dupla de supersoldados para amortiguar la ventaja tecnológica de Iron Man. Este uso indiscriminado del bien material en propiedad de Capitán América, resalta el valor de la generosidad como ventaja solidaria en situación de precariedad. El desprendimiento del bien frente a su posesión en términos egoístas abunda en valor de la amistad que destila la escena, y enlaza la lógica dilapidatoria del potlatch con la lógica del bien comunal característica de una cultura popular en retroceso.

En tercer lugar comienza a señalarse el valor simbólico del corazón de Stark como bien puesto en juego en última instancia, cuando Winter Soldier intenta arrancarle el arc reactor para ganar la batalla. El resultado de esta apuesta se salda con la pérdida del brazo biónico de Winter Soldier, pautando una dilapidación no correspondida por parte de Stark en términos de potlatch. La pérdida de este bien material pone fuera de juego al personaje, y el combate se centra por fin en un cara a cara entre los dos líderes de la serie, remarcado por un plano impresionante que contrapone la capacidad de ataque ultratecnológica de Stark, esto es, su sobreabundancia de recursos materiales, frente al escudo de Capitán América como medio simple de defensa. Significamente, esta limitación en términos materiales del escudo como recurso tecnológico, conlleva proporcionalmente una sobrecarga polisémica de valores trascendentales, como símbolo que alude indistintamente a la bandera como agregador nacional del Pueblo, el Estado y el Ejército. Cuando Stark reclame el escudo al final de la derrota por pertenecerle como producto fabricado por su padre, se va a quedar con la identidad política que el escudo representa como marca, ejecutando una forma precaria pero definitiva de liderazgo en la saga a través de esta posesión.

De camino a esta conclusión en cuarto lugar Capitán América pierde su escudo en un combate que él postula a manos desnudas y eventualmente va ganando. Stark nunca renuncia a la ventaja ultratecnológica, sirviéndose de sus propulsores para adquirir diferentes ventajas sobre su oponente. La ausencia de voluntad de Stark a la hora de renunciar a cualquier posible ventaja material es tal que, eventualmente, delega en su IA para detectar patrones de ataque a los que responder automáticamente. Esto doblega a Capitán América al punto de postrarle de rodillas. 

Esta postura y la necesidad de justificarse ante Stark en su lucha por salvar la vida de su amigo, remarcan la voluntad de Capitán América de poner sobre la mesa todo tipo de bienes de los que va desprendiéndose, incluso argumentales. Actitud frente a la que Stark no ofrece de nuevo contrapartida, evitando dar "excusa" que explique o matice su actitud vengativa. Esto pone a Capitán América en situación creciente de desventaja, frente a lo que el personaje renueva su voto de seguir en una pérdida endémica avisando a Iron Man que va a serguir luchando de esta forma hasta el final cuando afirma que "podría seguir haciendo esto todo el día".

En quinto lugar, esta reafirmación de la voluntad de combatir en (y por el valor sublime de) la precariedad material, se convierte en una especie de voto que activa la lógica del potlatch en la escena definitivamente. Sin su escudo para defenderse, y con todas las armas de Iron Man intactas, Capitán América aprovecha de hecho la posición de ventaja en la que ha quedado Stark en su contra, usando su fuerza de propulsión para arrojarlo al suelo. Esto desata el momento más cruento del combate. Abatido en el suelo, Stark queda inmovilizado a total merced de Capitán América. La situación es de una violencia tan inusitada que aparenta riesgo de descontrolarse en un desenlace a vida o muerte, con Capitán América arrancando el casco a Iron Man a puñetazo limpio. Y recuperando su escudo para ejecutar a Iron Man en un golpe final como a modo de fatality en el Mortal Combat.

 
 

La lógica de la escena se juega en la dicotomía simbólica entre el escudo del Capitán América y el corazón de Tony Stark, pero para completarse, en este punto se redirige hacia la noción de máscara. En vez de ejecutar un "fatality" que introduzca a Capitán América en la lógica de "cobrarse" venganza, renunciando con ello a su espíritu de desprendimiento, el poder defensivo de Capitán América se usa para "desenmascarar" a Tony Stark desarmándole de su casco. Se le hace aparecer así en la impostura de refugiarse tecnológicamente. O más bien, se le hace reaparecer como "persona" que no comprende la imposibilidad de refugiarse en la impostura de enmascararse culturalmente por la propia sinonimia de la "persona" con la raíz etimológica de la palabra "máscara". 

Y es que mientras para Rogers la persona se hace en una serie de renuncias sublimes, para Stark, el refugio en la seguridad del bien material supone una estrategia de protección normativa que le impediría su desarrollo sublime como persona. Esto es lo que, de forma sangrante, se ha puesto de manifiesto al no contemplar la posibilidad de renunciar compasivamente a su deseo de venganza según la lógica del ojo por ojo y diente por diente. Es tras desenmascarar esta falta de generosidad sacrificial, cuando Capitán América estampa finalmente su escudo contra el corazón de Tony a modo de juicio moral. Esta ejecución no lo mata, sino que lo señala en su "ausencia de corazón", por lo que tiene de metáfora relativa a lo mejor del espíritu humano.

Se hace valer así el aspecto simbólico de ambos elementos en busca de una moraleja. El hombre sin corazón, el mercader de muerte que compone como comerciante de armamento, el vengativo sin compasión fundador de los Vengadores, el hombre hecho a sí mismo hasta el punto de suplantar su corazón natural con una prótesis tecnológica amortizada en el egoísmo despótico de privatizar unilateralmente la seguridad nacional contra el poder del Ejército que representa el supersoldado Rogers, los valores hiperindividualistas del Stark superemprendedor de la paz mundial contra los valores colectivos del pueblo capaz de cuajarse en relaciones tejidas de auténtica amistad: todo eso se condensa en el arc reactor como precariedad simbólica y vital de lo que significa "tener corazón", que ahora está puesto en crisis de evidencia al haber abocado a Capitán América a gastar su recurso, que simboliza al Pueblo entero, en detener la motivación de un avaro que no escatima en costes para monopolizar el beneficio.


Capitán América clava su escudo contra el corazón biónico de Stark en vez de estamparlo contra su rostro, perdonando la vida a su amigo como en un gesto que le obligue a la reflexión personal. Pero Stark es alguien que ni en la evidencia de precariedad absoluta, ni en la derrota legítima, asume ponerse límite de consecuente autocrítica. Él es el egoísta por antonomasia, aquejado de un pecado de hibris que hace valer su orgullo hasta después de perdonarle la vida o más allá, incluso después de muerto.

Precisa prevalecer contra toda circunstancia, y cuando Capitán América da por concluido el combate, Stark extiende una última jugada en forma de argumento profundamente obsceno. Stark recuerda a Rogers que el escudo de su propiedad ya que fue fabricado por su padre. Rogers reconoce en este movimiento, la ocasión de culminar definitivamente su serie de apuestas conforme a la lógica del potlatch. Quieres "tu" escudo, ahí lo tienes. Rogers renuncia a su escudo como dilapidación definitiva pese a haber ganado frente a un avaricioso que no gastó nada, en lo que supone, y esto es lo grave que merece reflexionarse políticamente, la aceptación por parte del CEO, de un trato de usura como fundamento de liderazgo social.

Puede que el escudo fuera originalmente una mercancía fabricada por Stark Industries, pero en el transcurso del uso asociado a su posesión, el "usuario" Rogers lo ha ido cargando simbólicamente de un valor colectivo ligado a la identidad de cruce entre el Pueblo y el Estado, tiñéndose de connotaciones por donde resuenan connotaciones de amistad, fraternidad, solidaridad, compasión, valor, sacrificio personal, etc. Todo este conjunto de valores girando en torno a la idea de Nación como identidad corporativa, de la que el escudo actúa como isotipo emblemático, decae de golpe ante el reclamo del propietario de los medios que lo produjeron. 

De forma indigna, Stark espeta que el escudo es una mercancía de su pertenencia porque en su linaje capitalista descansa el origen de su producción material, y Rogers cae en la trampa de llevar su lógica  de dignidad dilapidatoria hasta su último término. En realidad Rogers está preso de esta lógica, que precisa ser contemplada sin excepción para no subvertir su planteamiento radicalmente idealista. Objetar mínimamente a Stark que el escudo fabricado por su padre le pertenece legítimamente, porque ese trozo de materia, ni que sea de vibranium, ha adquirido su poder simbólico de los valores obtenidos a costa de sacrificio, sería quebrar la lógica de superación trascendental ejercitada tan costosamente para echarla a perder traicionándose sí mismo en el último momento. 

Así que el Rogers se mantiene fiel a sus principios contra quien nunca aceptó realmente el principio de transmutación dilapidatoria del potlatch. El idealista resulta entrampado en la defensa absoluta de sus principios contra quien no tiene más principio que el de su beneficio egoísta por mor acumulativa del bien material, repartido eventualmente para alimentar el Mercado a través de una identidad fetichista como producto de consumo ajeno, pero pendiente de hacer caer esta máscara identitaria cuando el productor requiera la recuperación del beneficio. O mejor, pendiente de mantener esta máscara fetichista para escamotear la propiedad propia en la ajena, en forma de plusvalía. 

Esto es lo que de forma evidente se representa en la escena cuando Rogers, todo digno, abandona el escudo a merce de su fabricante, y con él, el poder acumulado los valores que representa. Así el avaro, el amasador de fortunas que no podría dilapidar ni en mil vidas queda con el bien material aparentemente humillado, pero en realidad ha alcanzado una posición de liderazgo reforzada por todos sus recursos materiales intactos, corregidos y aumentados.

Este orgullo mal entendido de Capitán América, personificación misma del Poder Popular, está tan profundamente inscrito en la lógica de los mitos que se cuentan tradicionalmente al colectivo para adiestrarlos con modelos de instrucción personal desde hace milenios, que la audiencia no repara en la trampa política que entraña. Ni siquiera cuando ve a Stark escupir sobre el gesto de dignidad por parte de Rogers. De otra forma, observaría el gesto de Rogers como un error político sin ambages. Discriminaría sobre la propiedad del bien material que si el escudo lo usa sacrificadamente Capitán América, y Capitán América representa al Pueblo, por mucho que el escudo haya sido fabricado por la megacorporación del CEO Stark, el escudo pertenece al Pueblo porque el escudo es para quien se lo trabaja. Y quien escupe sobre el sacrificio de ese trabajo no merece el retorno de su valor.

El idealismo radical de los mitos actúa en este sentido como una trampa recurrente y normativa. Una fábrica de consenso que invita al aplazamiento de justicia social contra la acumulación de poder político y económico en manos de unos pocos. Que en el mito del UCM por su parte, no se hacen problema moral en llamarse Vengadores para tomarse la justicia por su mano sin mirar en víctimas colaterales. Frente a lo cual sin embargo, se nos previene a las mayorías cinematográficas contra esta misma conducta como una lacra según un concepto purista de Democracia. Ese que pide aplazamiento sin fecha de una sed de justicia como forma equilibrada de reparto. 

Y es que la lógica popular participa de una concepción sublime de la propiedad en la transacción solidaria del bien común, pero también contenía una atención apegada al valor político de lo concreto (Lloyd y Thomas, 1998) que el cine, como fábrica de mitos asentados en un idealismo trascendentalista, ha ido erosionando de la memoria colectiva hasta reducir nuestra identidad a la identificación con un falso corporativismo dependiente del Mercado. Es significativo en este sentido, el hecho de que el UCM decida invitar a este aplazamiento de Justicia contra el riesgo de pasar por vengativo, por medio de una representación protagonizada por un personaje, cuya etnia, responde precisamente a la de la minoría típicamente esclavizada y explotada durante el ascenso histórico del Capital a proyecto hegemónico de presunto progreso social.

FIN DE APUNTES DE LA PRIMERA PARTE

 

Bataille, G. (1987). La parte maldita. Icaria. 

Lloyd, D. y Thomas, P. (1998). Culture and the State. Routledge.

 

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