El joven rebelde como sujeto revolucionario IV. Escatología hipertecnológica y márgenes de libertad

Comenzábamos esta serie de entradas dedicadas a Rebelde sin causa comparando el retrato de sobreabundancia material construido por el clásico de Nicholas Ray a propósito de la Norteamérica de los 50, por contraste con esa España coetánea de posguerra depauperada filmada por Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. La contemplación de esa democratización de la riqueza material resumida en la representación del estilo de vida de la familia de clase media, con el frigorífico lleno, televisión en el salón, casa con jardín, ropa a la moda y un coche en el garaje a disposición de hijos que atiborran el sistema escolar, componía una imagen idílica en términos de mito aspiracional que venía a legitimar el sistema Capitalista en un momento de confrontación histórica con el proyecto soviético a comienzos de la Guerra Fría.

La América retratada en Rebelde sin causa tiene la pretensión de constituirse en utopía realizada ante la presentación de este escenario de sobreabundancia, al punto en que sobran coches para divertirse arrojándolos por un acantilado como si su repuesto fuera gratis. Sin embargo hay otro detalle en la película que acentúa esta impresión de admiración por la América de posguerra, como punto de llegada del proyecto de progreso moderno, hasta el mismo asombro. La España de los 50 se hubiera admirado del nivel de escolarización que se aprecia en el High School de Jim Stark, pero el punto de asombro llega cuando los alumnos tienen la oportunidad de asistir a una clase de astronomía ilustrada con el despliegue tecnológico que se muestra en la escena del Observatorio Griffith. 

La multiplicación normativa de abundancia material tiene un valor argumentativo de demostración política en términos de interés racional, sin embargo, es la sublimación de semejante acumulación cuantitativa en su decantación sublime como hipertecnología capaz del milagro, la que rubrica este discurso de legitimación convenciendo al pensamiento mágico de la audiencia. La satisfacción estética que producen las formas del estilo automovilístico, constituyéndolo en fetiche, estalla ante ese prodigio astronómico que convierte al Observatorio en escotilla por la que asomarse al fenómeno de dimensiones galácticas. 

La España de los 50 mira al cielo todavía repleto de estrellas debido a la ausencia de contaminación lumínica para considerar el lugar del ser humano en el cosmos; la América de los 50 viaja al espacio exterior mediante una educación ya espectacularizada gracias a los medios tecnológicos del astrónomo. La idea de que cualquier persona media pueda disponer de un lujoso automóvil y un frigorífico lleno convence políticamente. La experiencia consternadora de viajar al seno del espacio exterior para mirar por una escotilla la destrucción futura de la especie al ser engullida por un sol que muere, vence, por el remanente religioso de una audiencia que nunca llega a ser moderna del todo (Latour, 2007).

Dos son los factores abrumadores del fenómeno hipertecnológico como signo argumentativo perteneciente al discurso de legitimación sociopolítica en Rebelde sin causa. El primero tiene que ver con la identidad interna del aparato tecnológico moderno como fenómeno estilizado. El segundo tiene que ver con su capacidad para producir un fenómeno de artificio externo, capaz de apelar a la audiencia de una forma mágica que refuerza la experiencia cinematográfica como suerte inconsciente de milagro. El primero tiene que ver con la noción de lo bello y el segundo con la noción de lo sublime en un sentido kantiano. 

Cuando la historia de Rebelde sin causa llega al punto de situarnos en el Observatorio Griffith, esto es lo que sucede en la escalada de acontecimientos que asombra a una audiencia llamada a identificarse, metanarrativamente, en la representación del propio asombro del grupo de alumnos convertidos en audiencia. Los adolescentes disfrutan de una clase de astronomía en un recinto científico extremadamente sofisticado al que han llegado en autobús. La cúpula del recinto se convierte en una representación detallada del cosmos y se introduce a los alumnos en un viaje espacial de dimensiones galácticas. Se narra una versión científica del seguro apocalipsis que espera a nuestra especie cuando el sol muera y engulla nuestro planeta. El alumnado queda consternado por este espectáculo que sintetiza la precariedad de la naturaleza humana, con un discurso ontológico del astrónomo que extiende el aspecto científico de la exposición al terreno filosófico.

El acontecimiento que ha tenido lugar ha convertido los recursos hipertecnológicos en un medio para introducir, de forma muy gráfica, a la audiencia en un terreno límite que combina la elevación liberadora del ser humano al mundo cósmico con el terror de la destrucción total que contiene en su interior. De alguna forma, la hipertecnología se traduce en una suerte de escotilla por la que el espectador puede, simultáneamente, maravillarse de la vasta profundidad universal y aterrorizarse del destino que aguarda ante la inmersión definitiva en lo maravilloso. Podría decirse que esta escotilla hipertecnológica sitúa al espectador como en ese trance característico descrito por Kant a propósito de la experiencia atroz de lo sublime. 

Así pues, el nacimiento cinematográfico del rebelde sin causa se acompaña de una relación fetichista con la hipertecnología en un sentido antropológico pero también marxista. Llama a devoción por una estilización que la convierte en ejemplo sofisticado de belleza, por producir efectos aparentemente milagrosos que facilitan la experiencia de lo sublime, por presentarse en la historia de las cosas como un fenómeno tan diferente que parece como surgido de la nada, ajeno a las relaciones de producción que lo hacen posible; la hipertecnología parece como construida por dioses que habitan ese cosmos del que nos abre sus puertas. Este fetichismo hipertecnológico como fenómeno adherido al adolescente desde su nacimiento cinematográfico, es de orden escatológico en todos los sentidos de la palabra. Fuera de lo normal, es un objeto cuya presencia imponente se vuelve central expulsando radicalmente al sujeto humano a ese margen histórico que se confunde con la frontera de un traspaso a lo mítico. Como creador de este prodigio, el ser humano expresa su extremo divino compitiendo con el propio dios, mientras inmediatamente es elevado a un cosmos que lo reevalúa como insignificancia de un valor excrementicio. El aspecto escatológico de la hipertecnología se completa con su capacidad para enfrentar a la humanidad juvenil de Rebelde sin causa con el hecho espectacularizado y anticipatorio de su propio apocalipsis.


La serie de cualidades atribuidas a la tecnología en el colmo moderno de esa sofisticación representada por Rebelde sin causa a través del Planetario, invitan a establecer una relación hiperobjetual con la tecnología (Morton, 2013) que, a efectos del relato, proyecta al ser humano desde el ámbito de lo privado en un sentido íntimo por psicologizado, a un ámbito público de dimensiones cósmicas donde reaparece como unas dimensiones de marginalidad insignificante y trascendentalizada sin pasar por lo político. Rebelde sin causa parte así de una res cogitans neuroticista, donde el sujeto se expresa a través de una fuerte emocionalidad antes que mediante su razón, para situarse en el ámbito de una res tan extensa que agota toda posibilidad de trascendencia al sujeto que no pase por ser subsumido por ella. Por el camino de esta proyección inmediata, como por un cohete galáctico, desaparece la polis, mientras el género dramático del relato aparenta una situación de la historia marcada por la acotación urbana. 

De Jim Stark a Tony Stark, el desarrollo de la figura del rebelde sin causa sumerge al joven en un mundo hipertecnologizado. La hipertecnología es la característica del universo de cine Marvel, con epicéntrico genesíaco en la figura de un protagonista que lidera el proyecto hegemónico de su país a través de un linaje enraizado en el triunfo militar gracias al salto de calidad que la opción atómica supone en la producción armamentística. Al final de la escena del Planetario, Jim Stark repara en la sofisticación hipertecnológica que crea el artificio de amplificación mundial al ámbito de inmensidad cósmica, para luego usarla con Platón cuando toque convencerle de quedar expuesto al riesgo sacrificial que finalmente se consuma. Tony Stark es el genio de la ingeniería ya fundido con la propia tecnología al punto de convertir a esta en su propio corazón, también en su sentido metafórico. Hibridado con ella en interfaces creativas y armaduras superheroicas multiplicadas clónicamente. Dominando las leyes naturales en su aplicación científica al punto de crear nuevos elementos químicos.

 

Rebelde sin causa propulsa al ser humano desde la dimensión cotidiana hasta la inmensidad cósmica a través de una proyección espectacular inmediata. El UCM despliega progresivamente el conflicto geoestratégico del mundo real como un proyecto escalable que parte de Tony Stark como rebelde sin causa para ampliarse, desde el presente, en el espacio y el tiempo hasta romper las leyes del espacio-tiempo. Comienza el relato en Afganistán al hilo del terrorismo global para enraizarse en la misión de Estados Unidos contra el totalitarismo nazi, extendiéndola por la Guerra Fría hasta despegar con Avengers en una formulación de ambas variables a través de una fantasía abierta a lo cósmico. Un ámbito que se ampliará por la presentación de nuevos contextos y nuevas némesis con las películas de Guardianes de la Galaxia y Dr. Strange hasta la llegada del Final Boss en la figura de Thanos. 

La destrucción que vaticina es la versión reiterada del alumbramiento hipertecnológico de Rebelde sin causa a través de la representación apocalíptica facilitada por los sofisticados mecanismos espectaculares del Observatorio Griffith. El blip del guantelete del infinito es el poder hipertecnológico definitivamente mitificado de destrucción total elevada a máxima expresión de pesadilla, pero la decisión del chasquido redunda sobre el pecado de la bomba atómica como mal menor en tanto origen de un tiempo estadounidense de hegemonía. 

El margen pírrico de acción y legitimación moral que queda en este trance para la construcción del joven como sujeto social, expresa la dificultad para afrontar una demanda abierta de libertad desde el principio, que la traición a la verdad empañada por un tiempo de autenticidad engañosa, termina por agotar. Así que cuando las demandas contraculturales de libertad y autenticidad sean asimiladas por el discurso de management neoliberal para la construcción de un escenario laboral idílico, el movimiento no irá a contrapelo de ninguna posición lógica, sino a favor de la contradicción que encierra la cultura juvenil, mantenida en secreto de las generaciones que la integran. Esta contradicción por la cual, Jim Stark usa la hipertecnología para sacrificar a su amigo Platón, rebelde sin causa por rebelde sin causa, para llegar a Tony Stark como rebelde sin causa reconvertido en CEO y sacrificado a sí mismo, como emancipación pírrica de un sujeto que no se aguanta a sí mismo pero al que no encuentra alternativa histórica. Así que, de la Historia al mito, chasquea su consagración. 

Ambos sacrificios depuran los pecados paternos de Jim y Tony Stark. El sacrificio de Platón permite a Jim Stark conciliarse con los valores fortalecidos de su débil padre a través del simbolismo de la aceptación de su chaqueta gris (Abad, 2019), el sacrificio de Jim Stark depura la fortaleza del suyo, apoyada en el poder ilícito de un linaje enraizado en una hegemonía manchada por el crimen de la bomba atómica. Howard Stark explica a Tony que el sentido de su sacrificio es dejar un mundo mejor a las nuevas generaciones, pero está por verse que el aspecto ritual y religioso de este sacrificio no perpetúe el crimen de origen que viene a limpiar, ni que la guerra larvada que entraña contra ese prójimo convertido en enemigo seminal a través de su figura excepcional como chivo expiatorio, mutación facilitada por el símbolo como larvada maquinaria hipertecnológica del lenguaje, sea condición inevitable de ningún re-ligare, esto es, de ninguna reconciliación.

Abad, L. A. (2019). Harry Potter y la cultura de la vigilancia. Del rebelde moral al héroe subvencionado. Alfons el Magnánim.

Latour, B. (2007). Nunca fuimos modernos: Ensayo de antropología simétrica. Siglo XXI.

Morton, T. (2013). Hyperobjects. Philosophy and Ecology after the End of the World. University of Minnesota Press.




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