Estilo y personalidad del superhéroe Marvel II. Del superhéroe como no-disfraz al abuelo semiótico de Tony Stark

La relación del superhéroe con su disfraz es un tema totalmente insignificante desde un punto de vista clásico, justamente porque la tradición no problematiza la noción de signo. El disfraz sería el significante que albergaría un contenido, un significado, formado por una sustancia heroica detentada por un sujeto excepcionalmente valioso, valiente. El disfraz sería así un medio socorrido de resolver el anuncio de esta excepcionalidad con la suficiente capacidad de contraste para ponernos sobre la pista de las dimensiones formidables de la empresa del superhéroe, en términos de justicia social por cuanto supone un agente de restitución del orden. Así Superman no sería ni su traje ni menos que su traje, y su traje sería lo que Superman tiene a mano para resover sobre la marcha su imagen social, de forma que pueda emprender su tarea heroica. Con posterioridad, el significante-disfraz se carga de las connotaciones heroicas de las hazañas de quien lo viste y ese estilo se carga consecuentemente de prestigio. 


Desde un punto de vista clásico el disfraz señala al superhéroe sin suplantarlo, y lo hace tan eficazmente que adquiere, no obstante, una relevancia semiótica al filo de la confusión entre significante y significado. La discriminación de una diferencia entre ambos elementos depende de un estatuto moderno donde la realidad no está problematizada ontológicamente conforme a los parámetros generales del humanismo. No obstante, bien es verdad que el superhéroe nace como producto en el contexto de una sociedad de la información alimentada por la industria cultural de masas, y, en este sentido, la reproducción desbordantemente profusa del disfraz contendría la semilla de imponer su eficacia como significante a través de una percepción fetichista del mismo. En la suerte de su reproducción ilimitada, el disfraz del superhéroe vacíaría progresivamente de significado simbólico al signo, hasta reducir este aspecto a una suerte de icono paradójico. Esta en la que el significante vacía al significado sin renunciar a señalar un vacío. La relación fetichista con el disfraz del superhéroe como mercancía visual, consistiría en terminar por asignar al significante un valor heroico desplazando al sujeto social que lo produce con sus hazañas, hasta el terreno fantasmal de suponer un residuo necesario para que el traje de Superman ya no vuele solo, pero ya sin mayor relevancia funcional que evitar la evidencia de un absurdo nihilista eclosinado en la suplantación del significante por el significado. Así que el disfraz de superhéroe regiría en su concepción como contenido mercantilizable de acuerdo a los parámetros del humanismo moderno, pero, en su propio éxito comercial como significante, contendría un influjo fetichista, por el cual, el superhéroe compondría desde el principio un signo larvadamente posmoderno.

Esta problemática comunicativa tan extraña, por cuanto linda en lo ontológico, es lo que se pone de manifiesto a través del espíritu antinómico que transpira la relación de Hawkeye con su disfraz en la serie que lleva su nombre, y, por extensión, con el desencaje de Capitán América con el suyo a lo largo de su trilogía. El superhéroe no sólo no es su disfraz, sino que el superhéroe termina siendo su no-disfraz, por una suerte de conflicto que acaba albergando el significante como medio de expresión del significado heroico. Hasta este punto tan radical llega la rabiosa actualidad del UCM a la hora de reajustar los parámetros del discurso superheroico como construcción de una forma alegórica de ejemplaridad social, de acuerdo a los modos de un mundo contemporáneo formalizados por esa ideología neoliberal donde el individuo precisa asumir su encaje social a través de una suerte de visibilidad que lo mercantiliza al suplantar la identidad clásica por la noción de branding personal. 

Como superhéroes clásicos, Capitán América y Hawkeye entran en conflicto con su imagen social y se oponen a esta suplantación. Su fuerte personalidad está así invertida en no perderla a través de esta operación comunicativa secreta que se orienta hacia al noción de identidad. Y el aspecto secreto de esta comunicación convierte a su rebeldía semiótica en una suerte de rebeldía sin causa. Lo cual nos va a llevar hasta la propia matriz identitaria que dota de contenido al superhéroe, constituyendo la auténtica referencia prestigiosa en términos culturales, que en la asunción de las demandas de unas generaciones crecidas en el proyecto social impulsado tras la Guerra Fría son contraculturales, y descansan en un personaje que lleva por apellido Stark, aunque su nombre no es Tony.

Hablamos de otro Stark. Quizás el abuelo semiótico de Tony por lo que tiene de superhéroe asumidamente posmoderno en un sentido hasta festivo. Porque allí donde el modelo de superhéroe clásico se resiste a su vaciado de significado en la suplantación por su traje como significante, Tony Stark maneja una relación estratégica con su traje totalmente alejada de los parámetros tradicionales. Se trata de una estrategia de confusión radical con el traje, como veremos más adelante. Por así decir, esta asunción del significado en el significante como proyecto ontológico de la reproductibilidad técnica del signo superheroico masivamente mercantilizado. Algo que ya le sucede a Jim Stark, nombre eludido en una de las imágenes icónicas por antonomasia de nuestra cultural. La del Rebelde sin causa protagonizado por ese James Dean remarcado por el contraste de su viva cazadora roja. Un tema que ya tratamos en la insospechada filiación cultural existente entre este icono y el personaje de Harry Potter.

Esa cazadora que le permitirá "ir de rojo" siempre que no sea "rojo" en plena ola de "Temor Rojo" (Red Scare), o también, dejar de ser "rojo" conforme fía al estilo su presentación progresiva a través del significante "rojo". Como la figura larvadamente posmoderna del superhéroe, tanto más se lo representa con su disfraz-rojo cuanto se lo vacía ontológicamente en términos revolucionarios, para terminar suplantado por él. Y es que si el superhéroe es el signo heroico larvadamente posmoderno al arrancar el proyecto social que viene con la Guerra Fría, el joven como rebelde sin causa es el signo antiheroico. Ese abocado edípicamente a encontrarse con el destino que precisamente pretende eludir, siendo barrido por el propio estilo del que hace bandera hasta exiliarlo en un desierto icónico de significado. De cuyo uso frecuente como recurso de la cultura juvenil para construir la identidad privada, resulta normalizado al propio ámbito público del mercado laboral neoliberalizado asumiendo que necesitamos presentarnos a través de una marca personal, para intentar esconder que, esta exigencia, lleva camino de dejar su condición de añadido opcional y suplementario para pasar a significarlo todo, de acuerdo a un régimen identitario donde se convierte en una obligación consecuentemente totalitaria.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Sans títere

Coca Cola y violencia simbólica en Stranger Things

MÁQUINA DE COSER Y BORDAR 20 MÁQUINAS DE ÉIBAR IV