El joven rebelde como sujeto revolucionario II. Disciplinamiento psicológico y liberación de excedente

La primera razón para justificar la ausencia de causa para la rebeldía en Rebelde sin causa, consiste en mostrar un escenario de sobreabundancia normalizada. La película retrata la llegada de un mundo donde el aumento del nivel de vida medio demuestra un reparto equitativo de la riqueza, que impone un escenario general de comodidad donde las necesidades básicas están cubiertas por el estilo de vida consumista. Por decirlo con la metáfora de Maslow, con el sistema de consumo de masas la sociedad parece haber llegado a un punto histórico donde los dos niveles básicos de su pirámide parecen asegurados. Las necesidades fisiológicas y de seguridad están por fin cubiertas por el sistema, y entonces se revela una paradoja. Lejos de completarse el resto de la pirámide armónica y progresivamente de abajo a arriba, el vértice de autorrealización adquiere un protagonismo inusitado en términos aspiracionales, interrumpiendo la dinámica de ascenso con una dialéctica de arriba a abajo que encuentra, en el estrato central de las necesidades sociales, su evidencia de conflicto.


De repente estos jóvenes que por primera vez en la historia de la humanidad lo tienen todo desde el punto de vista material, comienzan a divagar sobre preguntas fundamentales con un tono existencialista. Los milagros de la tecnología moderna permiten a la familia media disponer de unas comodidades que no conocieron faraones ni emperadores en la Antigüedad en lo que supone una democratización de la riqueza que evidencia el éxito del Capitalismo como proyecto de Justicia social. Sin embargo esta situación de sobreabundancia material parece redundar simbólicamente en términos inversamente proporcionales. Los protagonistas de Rebelde sin causa desconocen su razón de ser, y con ello los motivos de su conducta. Cuando Jim pregunta a Buzz por qué hacen lo que hacen, Buzz responde que "algo hay que hacer". Judy comienza el día afirmando que la vida le está aplastando pese a la gran comodidad de su día a día cotidiano. El protagonista de la historia es señalado como alguien "diferente" y "realmente abstracto". El vértice de autorrealización parece así haberse convertido en una incógnita de imposible acceso. Y en este contexto sorprendentemente, el papel de psicólogo recae en la autoridad policial, que se desprende así de atributos tradicionalmente represivos. Cuando Jim se aisla de su familia con el comisario Ray para poder sincerarse, le "apuesta a que puede mirar en su interior". La gestación cinematográfica del joven como nuevo sujeto social va así acompañada de la sorprendente transformación del policía en psicólogo.


Hay que enfatizar que este retrato del policía como un ser esencialmente dialogante y comprensivo no resulta de un trazo aislado, sino que hay una construcción consistente a lo largo de todo el discurso de la película dedicada a presentar un nuevo tipo de autoridad adulta permisiva, alejada de los modelos expeditivos en términos represivos característicos, por ejemplo, del mismo cine negro de ese momento. Ray no se limita a no reprimir la conducta desordenada del joven, sino que desde el primer momento da indicios de pretender indagar en las motivaciones profundas de tipo psicológico que asolan a estos jóvenes en rebeldía sin aparente motivo. De forma típicamente freudiana, Ray señala a Judy el trasfondo del problema que arrastra con su padre en términos de complejo de Electra. Con Jim apunta claramente al deseo de tener una pistola como símbolo fálico. Y Platón, que es atendido por otro policía, recibe el consejo de recibir cuanto antes ayuda psiquiátrica.

No abundaremos aquí en todo el subtexto freudiano de Rebelde sin causa, ya que es un tema que se desarrolló profusamente en Harry Potter y la cultura de la vigilancia (Abad, 2019); posteriormente lo abordaremos en relación al papel didáctico de los subtextos inscritos en distintas tramas del UCM. Ahora lo relevante de este enfoque, donde la rebeldía del joven se va a contemplar no tanto como una conducta antisocial sino extrañamente pro-social, es su aparejamiento con una mutación disciplinaria de la figura de autoridad adulta. El nacimiento del joven como sujeto social llamado a revolucionar el consumo, entendido este como motor de progreso, va en paralelo al cambio de una administración disciplinaria de tipo externo, representada históricamente por el papel coactivo del duro policía clásico, a una de tipo internalizado representada por la figura comprensiva del psicólogo. 

Rebelde sin causa es tan ilustrativa en este sentido que convierte la primera charla entre Jim y Ray en una consulta psicológica en toda regla, donde la coreografía de la escena incluye un remedo de medicación al chico, y la invitación enfática a compartir con el comisario cualquier problema que tenga, mostrando una disponibilidad total durante 24 horas al día. "¿Harás algo por mí?", dice Ray, "si la olla empieza a hervir de nuevo, ¿acudirás a mí antes de liarla? A veces es más fácil [hablar con un policía] que hablar con los colegas. Incluso si sólo quieres hablar, venir y desahogarte. En cualquier momento, día y noche".

La primera ausencia de causa para la rebeldía del joven consiste pues, en la halagüeza condición de sobreabundancia material determinada por su modo de vida moderno. La segunda ausencia se fragua en la aparición de una nueva figura de autoridad caracterizada por una conducta no represiva. Ambas condiciones se combinan en la solución terapéutica que el comisario ofrece al rebelde sin causa para dar salida a su frustración personal, que resulta de un sentimiento de falta de pertenencia alusivo al tercer estrato de la pirámide de Maslow. "Si sintiera que pertenezco a algún sitio", dice Jim. El policía y el joven han creado un vínculo de confianza.

En concordancia con esta situación de sobreabundancia, para romper el hielo que permite este vínculo de confianza, el comisario ha invitado a Jim a desahogarse destrozando la mesa de su despacho. Es necesario alcanzar perspectiva histórica para entender lo que vale esta propuesta, por lo que implica su presupuesto. Esto es, el hecho de que existe una situación de riqueza social generalizada que permite pasar por alto el valor económico del bien material basado en su coste de producción, como una posesión cuyo reemplazo, por tanto, parece resultar gratuito Algo así como, rompe esta mesa que luego pongo otra. Volvamos a esa España depauperada de posguerra a mediados de los 50 e imaginemos a la autoridad de turno invitando a un adolescente de conducta desordenada a romper lo primero que tiene a mano. El contraste muestra inmediatamente que la mutación de la figura de autoridad desde un modelo coactivo a otro comprensivo y no represivo, sencillamente no cabe mientras el bien material es un hecho valioso y escaso. El caso es que esta presentación del bien material gratuito como metonimia de un sistema armónico de justicia social en función de un reparto generalizado de la riqueza, es precisamente una construcción cinematográfica ficticia que no responde a la realidad. Así que el discurso de la película funciona como enunciación voluntarista de un nuevo sistema de progreso social basado en la necesidad de consumo como forma liberación de excedente, donde la mutación de la figura disciplinaria se convierte en una exigencia para regular la internalización del conflicto inherente al acto de consumo, que, en este punto, contiene una colisión entre el derecho y el deber de consumir a través de una identificación pasional con una mercancía devenida "fetiche" personal en todo el sentido limitador y mistificador arrastrado por las connotaciones irracionales del término.

Así como la solución que tiene a mano el comisario, devenido psicólogo, es una terapia donde el beneficio psicológico se confunde con el económico, en tanto la destrucción de la mesa se convierte en un factor de liberación de excedente más propio del mundo Ikea que del de mediados de los 50, la autoridad policial en general no parece interesada en contemplar consecuencia alguna respecto de la responsabilidad que supone la destrucción de bienes materiales, por lujosos que sean, ni aunque incluyan la desgracia de arrastrar tras de sí el fallecimiento de seres humanos. Es chocante que la representación de la Chickie Run, como ritual espontáneo de desafío en pos del liderazgo juvenil, no contenga la más mínima apreciación, durante todo el discurso de Rebelde sin causa, sobre el alto valor económico de los coches que despreocupadamente arrojan los chicos por el acantilado. Está claro que en la América de Rebelde sin causa hay tanta riqueza que "sobran" coches, y esto se refleja también en la total ausencia de interés que muestra la policía para atender a Jim cuando este decide ir por su propia cuenta a delatarse. El sujeto social interesado en hacerse responsable del coste que acompaña a la destrucción de un bien material es ignorado olímpicamente. La preocupación por el valor económico del producto ha dado paso a la despreocupación que acompaña a la liberación gratuita de excedente, o por así decir, a la preocupación por las condiciones que facilitan este factor como dinamizador del mercado de consumo. Cuando Jim acude a comisaría los policías le dicen poco menos que no moleste, incluso cuando Ray mostró disponibilidad horaria total, y le espetan ese burocrático "vuelva usted mañana" tan español según diría Larra, pero a la vez tan universal. 

La destrucción "gratuita" del bien material como desahogo psicológico, reverso del acto impulsivo d ela compra, aparenta en Rebelde sin causa un absurdo insignificante que escamotea su función en un plan renovado de conducta social, donde el sistema de progreso se apoya en una dinámica de consumo incesante mediante la liberación previa de excedente. De igual forma la Psicología escamotea en el tono comprensivo y cercano de su figura de autoridad su aspecto como discurso disciplinario. De este recorrido en paralelo entre el nacimiento cinematográfico del joven y la sustitución de la figura coactiva de autoridad por la aparentemente disuasoria, el nuevo sujeto social en forma de rebelde sin causa se muestra a través de un modelo enfáticamente psicologizante, de forma tan necesaria que la extrañeza frente a uno mismo se impone como autoconcepto normativo y, de tan normal, sólo difusamente patologizado. 

De lo personal a lo identitario, esta patologización difusa, o mejor, esta normalización insospechada de lo patológico, es lo que se administra en la relación fetichista de Quill con su walkman, y en la pretensión de acotar la identidad social mediante estrategias de personal branding donde el estilo aparece como solución, precisamente, para una generación que ya no encuentra, en lo que supone este punto de llegada terriblemente reduccionista y autoutilitarista, causa alguna para la rebeldía. ¿Y cómo va a encontrarla si, como veremos, es el rebelde sin causa quien siembra esta táctica estilística de promoción social en los 50? El intríngulis ideológico a desentrañar en el UCM, por lo que respecta al CEO como modelo de instrucción, radica en esta aporía donde la ambivalencia del acto de consumo, como derecho supuesto y deber creciente, precisa de un disciplinamiento psicológico que instaura un régimen personal de inconsecuencia. Esta profunda inconsecuencia es precisamente el problemático punto de partida de Tony Stark al comienzo de la Saga del Infinito, que su viaje de redención heroica viene a ilustrar cómo resolver modélicamente.

 



 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Sans títere

Coca Cola y violencia simbólica en Stranger Things

MÁQUINA DE COSER Y BORDAR 20 MÁQUINAS DE ÉIBAR IV