Avengers como INM en tiempos de Gobernanza I. Profilaxis narrativas y Capitán América como cortafuegos

Encontrarse fuera de la ley en la ficción por defender la política hegemónica en la realidad. Esta es la contradicción en la que acaba Capitán América al llegar a su Civil War (Russo y Russo, 2016). Pero esta capa de lectura disonante sólo opaca todas las contradicciones que se acumulan en el contencioso de una trama, a través de la cual, el liderazgo de Tony Stark como CEO corporativo adquiere ventaja definitiva sobre los intereses populares alegorizados por Capitán América. 

Los motivos que fuerzan esta didáctica cinematográfica tan radicalmente esquemática, aparecen por contraste en el discurso sostenido por "las lecciones" del Mandarín en Iron Man 3 (Black, 2013). Así, la defensa a ultranza del derecho a decidir la intervención internacional norteamericana en suelo extranjero con total autonomía, se debate en la dicotomía Democracia vs. Imperialismo. Mientras Capitán América comprende este derecho como la condición necesaria para extender la Libertad y asegurar la Paz en el mundo, el Mandarín acusa a este argumento de hipocresía, escondiendo el interés del hegemón por depredar recursos ajenos a costa de perpetuar un caos injusto. El tema es tan díficil que su tratamiento ficticio coloca a sus debatientes al otro lado de la ley, como en una cuarentena social para evitar la infección ideológica sobre el terreno social que representan. Debido a esta correspondencia en términos de esquema narrativo, tanto construye Iron Man 3 una representación enfática de una nación asediada por la figura del terrorista, como coloca a Capitán América en una posición de defensa contra el terrorismo internacional, tan radical, que lo convierte en outlaw. 

Sólo el reconocimiento del cine de superhéroes como entretenimiento, evita considerar el valor ideológico de una acusación tan radical como la que se pone sobre la mesa en Iron Man 3. Esta es la medida profiláctica que el propio género cinematográfico, entendido en su naturaleza banal, extiende a modo de subtexto en el conjunto de toda una saga amortizada en dirimir un ajuste del papel hegemónico norteamericano. Pero esta profilaxis genérica no es suficiente. La polaridad terrorismo-imperialismo agota de tal manera el espacio al debate potencial de saneamiento democrático, que los implicados en este debate son salpicados, manchados, estigmatizados por esta polémica, a menos que se les dote de alguna instancia que los impermeabilice colocándolos en un Afuera. 

Por lo que respecta a Capitán América y Mandarín, sus figuras "se mojan" tanto en esta disputa que, en su radicalidad extremista, resultan desplazados sorpresivamente al terreno del simulacro. Esta táctica argumentativa permite manejar este material candente sin que queme en las manos, relativamente alejado por el efecto de distancia entre la audiencia y la pantalla de televisión o el escenario teatral. Así, la conversión de Capitán América en arma propagandística que tiene lugar en First Avenger, tiene la función de añadir una suerte de capa metaficticia en el origen social del personaje; digamos, una suerte de ADN cinematográfico que se extiende por todo su arco alejando el veneno imperialista que se arrastra en su polémica patrioterista. Por supuesto, la presentación de Capitán América haciendo de Capitán América en un escenario teatral, tiene la función de amortiguar el anacronismo del trascendentalismo patriótico que representa. Pero una vez relativizado en forma de caricatura grotesca, cuando Capitán América golpea en el mentón a un Hitler de pega -extremo que en el cómic de los 40 refleja un hecho literal-, relaja el valor de un juicio sobre su simbolismo político, que se torna paródico por lo que respecta a la justificación del papel hegemónico de Estados Unidos desde su propio impulso original frente al totalitarismo nazi.

Con el descubrimiento de que el Mandarín es un terrorista de pega, interpretado por un actor subrayadamente patético, sucede un efecto análogo. La descarnada denuncia del aspecto imperalista que atribuye a la política internacional norteamericana resulta aliviada al toparnos con su aspecto de simulacro, que se extiende hasta sus propias motivaciones políticas. Porque si todo en este personaje es de mentira, si se ha vendido barato a sí mismo quedando atrapado por acomodarse en su propia amoralidad, si ha vendido a la propia profesión, a la que no puede aspirar legítimamente por falta de talento de forma tan burda para el Mal, también la acusación de imperalismo que altivamente enarbola, es una mentira política de un calibre correspondiente a la calamidad personal que arrastra.

En realidad, sólo cuando se descubre que el acusador de imperialismo es un patético simulacro, puede Tony Stark reincorporarse al mundo como superhéroe. Si los protagonistas de la polémica terrorismo-imperialismo han sido desplazados al terreno del simulacro como medida de profilaxis narrativa, Tony Stark se ha visto privilegiado por medidas de protección más severas, alejando al líder de Avengers de su epicentro narrativo en todo momento. Como un terremoto ideológico, las denuncias del Mandarín han obligado a preservar a Tony Stark en un afuera radical de su normalidad, expulsándolo de la trama sociopolítica de la película hasta el punto en que la sociedad lo da por muerto. En esta coyuntura Tony Stark se refugia en lo más perdido de la América profunda para reconstruirse desde cero, ayudado por un niño, chantaje emocional mediante.

La coraza narrativa que dispone Iron Man 3 para proteger a Stark del discurso del Mandarín incluye también el cambio de género cinematográfico. La escena en la mansión del Mandarín convierte a la película en cine de espías, mientras el tono de comedia que acompaña al descubrimiento de que el Mandarín es un simulacro patético de terrorista, la arrastra hasta ejemplos paródicos de comedia como True Lies (Cameron, 1994). A partir de esta deslegitimación ad hominem del personaje acusador, puede Stark regresar al papel de Iron Man con toda la parafernalia del cine de superhéroes acompañando al papel de liderazgo geoestratégico que representa. Por supuesto, la combinación de géneros dota a Iron Man 3 de riqueza narrativa a la película como producto de entretenimiento, pero también permite modular el tono para manejar abiertamente la acusación de imperalismo frente a la política antiterrorista internacional estadounidense, en un momento histórico en que este tema es terriblemente doloroso.


En Civil War, la medida de profilaxis narrativa para evitar el riesgo de infección imperialista consiste en anteponer a Capitán América como defensor a ultranza del derecho que habilita este tipo de política; esto es, permitirse la decisión unilateral de campar a las anchas del orbe con todo el poder militar de la superpotencia estatal que representa, supuestamente, para pacificarlo e impartir justicia. Se trata de un extremo despótico que asumirá Capitán América contra la mayoría de la comunidad internacional representada por la propia ONU en un giro inesperado, porque, por una vez y sin que sirva de precedente, el que ha ido en todo momento dos pasos por delante imponiendo una política de seguridad sin contar con la sociedad, decidirá moderarse y dar un paso atrás sorprendentemente. 

Al poner a Capitán América por delante de Iron Man en la defensa de la autonomía para ejecutar el principio del si vis pacem para bellum, el relato utiliza al primero como cortafuegos del segundo en lo que respecta al riesgo de un juicio siempre polémico. Lo paradójico y definitivamente disonante es que Capitán América defiende este principio de autonomía contra la propia realidad institucional que encarna alegóricamente sin él llegar a comprenderlo. 

Instalado en su imaginario de origen patriótico, el derecho de intervención internacional asiste al ámbito de poder público que representa como alegoría estatal, presuntamente supeditada a la decisión del poder popular que representa mayoritariamente, y extendido, a través del Ejército, en el ejercicio -valga la redundancia etimológica, del monopolio de la violencia por decirlo en términos weberianos. Pero es que esto sería en el mundo real del siglo XX que vio nacer a Capitán América como solución militar contra los totalitarismos nacionalsocialista y soviético. Por el contrario, en el mundo de ficción contemporánea donde se sitúa el UCM, Tony Stark, quintaesencia de esta actitud que, de puro emprendedora, dinamiza iniciativas sin miramiento de terceros afectados colateralmente como comerciante de armamento, ha decidido unilateralmente "privatizar con éxito la paz mundial" en Iron Man 2 (Favreau, 2010). Avengers constituye en este contexto, la extensión de esta medida al terreno de un colectivo de élite en forma de superejército. Es decir, una instancia privada en tiempos de Gobernanza. Y lo que no sabe el patriota Steve Rogers es que, lo que cree hacer por sostener el poder de su Nación en virtud del poder popular que la constituye, lo defendiendo a favor de lo que en política contemporánea se conoce como una "Institución No Mayoritaria".

Este problema político, tan complejo y tan actual, es uno de los temas pedagógicos que trata el UCM en su trasfondo como enseñanza para las nuevas generaciones que componen su audiencia, con implicaciones radicales en la composición de un cierto modelo de ciudadanía asediado por un paradójico colmo de lo despótico sostenido, justamente, en nombre de la libertad individual. Es la encrucijada en la que se encuentra el fan de Marvel por lo que el UCM tiene de formación del espíritu neoliberal que estamos apuntando en este blog. Para construir este discurso, la Saga del Infinito no sólo protege al CEO convirtiendo al patriota en su cortafuegos discursivo, sino que pone a este a defender intereses contrarios a lo que representa institucionalmente, haciéndole el caldo gordo.


 

Black, S. (2013). Iron Man 3 [película]. Marvel Studios

Cameron, J. (1994). True Lies [película]. Lightstorm Entertainment

Favreau, J. (2010). Iron Man 2 [película]. Marvel Studios

Russo, A. y Russo, J. (2016). Captain América: Civil War [película]. Marvel Studios.

 

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