Bugonia

Robert McKee advierte a Charly Kauffman de que el último acto hace la película, y que el público acepta cualquier cosa derivativa si le das un buen final. Bugonia incide en un final que echa a perder el buen hacer previo. Algo que empieza a ser un patrón últimamente con pelis como The Substance, One Battle After Another o Eddington, por poner tres ejemplos. Este síntoma narrativo tiene cierto alcance sociopolítico como intentaré explicar. 
 
Bugonia hace muchas cosas que me gustan un montón. Visualmente es remarcable. El guion es incisivo y quirúrgico. Jesse Plemons tiene la oportunidad de ser protagonista. El ritmo es efectivo y efectista. La peli es una bomba de relojería que hace crecer la expectativa sobre lo que estamos viendo, camino de un desenlace demasiado burdo. Bien, esta trampa que hace Bugonia a su audiencia es la que nos estamos haciendo todos cada día.
 
Bugonia se esfuerza en sumar ingredientes que tienen interés de largo alcance. Incide en el problema de la desinformación generada por internet, y lo expone a través de un esquema de desconfianza que bien podría haberse amortizado para llevar al extremo una crítica de la teoría del juegos y el dilema del prisionero. Algo que contrastar con la humanidad más tierna, que presenta el personaje de Don, abandonado a la lealtad y la desesperanza. Podría haber situado la frontera entre locura y cordura en un territorio hecho de medias verdades. Podría haber explotado la metáfora social de la colmena, etc.
OJO- A partir de aquí hay spoilers. Este capital se trastoca con la decisión de ajustar el desenlace a la versión estricta y literal de un protagonista que en todo momento pasa por demente. Entonces todo se torna en un chiste y Bugonia opta por tomarse en broma a sí misma. ¿Falta de talento? ¿Pereza? ¿Signo de los tiempos? Estafa a la atención de la audiencia ampliando cierta cámara de eco porque: con el terraplanismo hemos topado.
 
Que Bugonia opte convertirse en una historia literal de alienígenas, siguiendo el propio original que remakea, no es problema. Esta posibilidad está alimentando la intriga desde el comienzo, y el interés de la audiencia se mueve en esa cuerda floja. Tampoco es problema que Bugonia haga trampas para llevarnos a suponer que el protagonista está loco. Esto forma parte de la tramoya que permite al relato avanzar con pistas falsas. La prestidigitación es legítima. El problema es que el desenlace concuerde exactamente con la versión del protagonista. Que el alien sea andromedano. Que el pelo sea medio de transmisión, etc. Y por ende, que la revelación de los aliens abunde en una representación ridícula, y el evento provocado por un loco anónimo, que no estaba loco, decante la balanza en eliminar a la especie humana. Es en este punto donde Bugonia destruye todo su capital, extendiéndose en una suma de planos con cuerpos muertos que hacen de la tragedia sobre la que advierte, objeto formal de mofa. Hay cierta perversidad en este giro, que paso a explicar.
 
Bugonia da la razón al protagonista para quitársela. Su objeto no es el problema climático, ni el poder de las élites, aunque se revista de estos temas. Todo se reduce en última instancia a la demencia provocada por la desinformación, subrayada al punto de presentarlo como un problema de seguridad pública. Y, cómo no, Bugonia se acoge para ello al tópico del terraplanismo. Emerge el hombre de paja por antonomasia de nuestro tiempo, y toda tensión crítica se disuelve definitivamente. La cámara de eco empieza a entrar en feedback y se produce el acople. 
 
Ya que Bugonia pone sobre la mesa el terraplanismo, hablemos de este tema. Digamos que no es ningún problema real frente al paradigma científico. Digamos que se refiere a una minoría que no pone en riesgo ningún consenso. Y que su uso como marco para ganar la batalla de relatos en disputa, refiere una grotesca simplificación de la opción crítica en su sentido más genuino. Imponiendo una falacia de libro que aborta todo intento de debate. Y que esta jugada se esgrime desde la trinchera racionalista, progresista y lógica.
 
Este escenario que el covid llevó hasta el paroxismo es el que plantea Bigonia. Su argumento podía haberse esforzado en mantener altas miras, pero es un tweet desplazado a la sala de cine durante casi dos horas. Yorgos, me lo hubieras avisado y me lo ahorraba. Pero bueno, ya que estamos en el terraplanismo, hablemos del terraplanismo, ya. El terraplanismo va a llegarrrrr, que diría mi amado Arrabal. 
 
El terraplanismo fue esa careta deformante esgrimida durante el covid contra cualquier opción de crítica razonable , por todas las medidas sociales y sanitarias que se tomaron a golpe de real decreto, y ordeno y mando. Porque la gente no aducía que la tierra era plana, sino que el estado de alarma era un exceso político. La gente no aducía que la tierra era plana, sino que la presión para forzar la vacunación con medicamentos no testados era cuestionable. La gente no aducía que la tierra era plana, sino que la imposición de mascarillas hasta para ir a correr solo al campo, era un abuso que iba contra la propia lógica profiláctica de ese recurso. Luego resultó que el TC declaró inconstitucional el estado de alarma. Y que este afán por usar mascarillas viene acentuado por corruptelas de políticos que tenían en sus manos tanto dictar las leyes como firmar contratos de compra. La prueba de que el terraplanismo era una falacia, y no un señalamiento contra el exceso irracionalista, es que la gente que lo usó sigue en sostenerla y no enmendarla contra estas y otras evidencias. Y encima, por el camino, esta defensa de la modernidad ilustrada se encabalga en un akelarre que reproduce el dispositivo más atroz que una sociedad irracional pueda usar para expurgar supersticiosamente sus problemas, a través del chivo expiatorio, para el caso, gente como el pobre Miguel Bosé. 
 
Valiente empatía y defensa de la lógica por la vía de la nula revisión crítica de consecuencias arrastradas desde entonces. Bugonia nos pone al final en el papel de Emma Stone. Alguien que nos debate en la disonancia de un alien tan compasivo que precisa disfrazarse de empresaria killer, para dar una última oportunidad a nuestra especie. Que en el fondo tiene razón cuando elucubra sobre su auténtica identidad, pero esto mismo le hace ganarse el apelativo de terraplanista y por eso merece la extinción. No cabe mayor grado de paternalismo y superioridad moral para investir al espectador de efecto autocomplaciente. Emperadores de los Andromedanos viendo todo desde arriba, va otro tweet... Lo de Bugonia no es pereza ni falta de talento. Es un signo de los tiempos expresado a través de un patrón donde films actuales se inmolan al punto de amortizar su encomiable esfuerzo previo, con un desenlace de risa tan declarada que maldita la gracia que hace. 
 
Se nos está olvidando el arte de narrar como recurso crítico de exploración especulativa, de tanto usar el relato para agotar el debate: FACTO. Y por cierto, una de las ironías de Bugonia es que salva el culo a las grandes corporaciones. Porque al final de Bugonia, resulta que las farmacéuticas están en el desinterés humanista pero, con todo lo dicho, ¿quién se para en corolarios?
 


 


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