Escatología del CEO como salvador del mundo III. El origen de Iron Man como ausencia plástica

Definido por un superpoder empleado característicamente para luchar contra la injusticia, el ethos del superhéroe pivota en torno a la idea de la necesidad ineludible del arma. El superpoder es la fuerza de oposición que el superhéroe utiliza para neutralizar el peligro que entraña el uso del arma convencional por parte del delincuente común. En origen, el superhéroe se define por contar con un recurso de fuerza que es más poderoso que una navaja o una pistola. 

El desarrollo de una industria cultural del superhéroe, la producción reiterada de figuras definidas por un superpoder asienta una cierta moralidad del arma, esto es, una costumbre en el consumidor a encontrarse con referencias que producen una expectativa de asombro y la admiración ante la exhibición enfática del superpoder como arma extraordinaria frente al arma convencional. Esta exhibición enfática tiene lugar a través de la plástica de los lenguajes del cómic o el cine, y denota estéticamente una ética justiciera. La dialéctica entre arma (convencional) y contra-arma (superpoder), nos habla estéticamente de una ética que desemboca en el ejercicio de la justicia social y la restauración eventual del orden frente al caos del crimen.

Así, el superhéroe cierra su moralismo armamentista con signos de un estilo personal caracterizado por  el manejo virtuoso de un técnica de ataque. Reducido a su mínima expresión, el atractivo del superhéroe tiene que ver con este cotejo que plantea Bao Nguyen (2020) entre el virtuosismo coreográfico de Nureyev y los movimientos de Bruce Lee. La belleza plástica del superpoder y el llamativo traje del superhéroe, redundan sobre este aspecto. En mi caso, las posturas imposibles del elástico Spider Man de Romita Sr. denotaban, durante mi infancia, signos de poder y libertad rubricados por la flexibilidad de uso de la telaraña frente al metal pesado. Volviendo al caso de Bruce Lee, su virtuosismo técnico constituye un ejemplo característico de la forma sistemática en que la exhibición de fuerza llama a una admiración no sólo normalizada en la audiencia infantil, sino proyectada espontáneamente en una conducta mimética. La emoción de asombro que nos producía Bruce Lee cuando niños, nos ponía a repartir patadas al aire durante el camino del cine a casa. En este ejercicio de emulación, René Girard encontraría una asimilación de la ética justiciera del superhéroe por la repetición del gesto empoderador que desencadena la restauración del orden a través del ejercicio del superpoder como una forma sublime de arma.

Iron Man, sin embargo, pertenece a un modelo de superhéroe caracterizado por la tosquedad estilística del arma pesada. En origen es una especie de bunker móvil que no llama estilísticamente a la experiencia emocionada de libertad y autenticidad, entre otras cosas porque es el recurso de alguien que intenta superar un secuestro y que ha perdido su corazón. Si Tony Stark es el desafío contra-contracultural lanzado por Stan Lee como quintaesencia capitalista al consumidor Marvel de los 60, la torpeza del Mark I denota estilísticamente los contravalores del personaje frente a la plástica normativa de un panteón superheroico que, por lo demás, sí que fue dando expresión a diversas demandas contraculturales. Pongamos, por ejemplo, Power Man como respuesta representativa de un empoderamiento negro frente a la elipsis racista normativa en aquel momento.

 

La tosquedad, la pesadez, el hermetismo, que no el anonimato, son los rasgos de estilo en origen de Iron Man como superhéroe, porque Iron Man es el superhéroe que, de forma característica, tiene externalizado excepcionalmente el carisma del personaje, típicamente resumido en el signo de la indumentaria superheroica, a la personalidad privada de alguien normalmente anónimo, que en este caso no sólo es conocido sino que es una celebrity. Si la cabriola circense de Spider Man es la combinación de la celebración adolescente de libertad empoderadora con la suerte de varapalo al delincuente común, la insurgencia del Mark I como una suerte de elefante en la cacharrería del terrorismo arrasando literalmente sin contemplaciones al enemigo, supone una ética justiciera diferente frente a la costumbre de un consumidor educado en la moral de un uso del superpoder como arma extraordinaria rubricado como virtuosismo estético. Y es que la técnica armamentística está aquí, también, externalizada en el propio ejercicio de la producción y comercio de armas a gran escala. 

El virtuosismo de Tony Stark, por lo que respecta a su relación con el arma como ethos del superhéroe, se expresa en su genio como ingeniero de armamento, del que Iron Man surge como obra maestra. El valor ético en origen de su muestra anti-estética de poder, con el Mark I, es la venganza sin paliativos. Lo que le llevará precisamente a liderar un grupo de "Avengers", esto es, club de "Vengadores" como iniciativa privada de pacificación justiciera de dimensiones globales frente, pongamos, el derribamiento y entrega a la policía del asesino de Tío Ben a modo de venganza desconsolada frente a un mal irreparable, en el caso de ese Spiderman adornado por una flexibilidad imposible.

Mientras, todo el valor simbólico del poder expeditivo del Mark I, en su ausencia de armonía estilística, valdrá tanto como la hamburguesa que reclama Tony al regresar a casa. La vulgaridad plástica exhibida por la tosquedad de su estilo superheroico se corresponde con el producto de consumo popular por antonomasia, en lo que se refiere a un signo americanista. Porque así se las gasta el CEO cuando tiene oportunidad de sublimarse en superhéroe. Puede que su armadura sea aurea, pero en lo que se refiere a la moral armamentística baja al barro. Su ética de destrucción total como expresión de justicia se traduce residualidad forense y excrementicia.

Según la propia lógica de libre Mercado, en cuanto tiene ocasión arrasa con la competencia de Vigilantes y se pone a liderarlos. Al atormentado Spiderman, por momentos hasta compasivo, lo integrará en los Vengadores a modo de becario, para que vaya aprendiendo que, en el mundo real, si no quieres ser un loser, uno busca y destruye sin contemplaciones, y luego se pide un Big Mac como si nada. Es lo que tiene ser un hombre sin corazón, que la ausencia de compasión como esencia humanista, cabe sublimarla, por la propia falta de conciencia que arrastra, en ventaja adaptativa para los tiempos que corren, que, en este punto donde la falta de empatía se convierte en principio de irrealidad, ya no pueden ser sino prodigiosos.

Nguyen, B. (2020). Be Water [documental]. Dorothy Street Pictures.

 

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