Don´t look up. Por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir tecnocracia

A comienzos de milenio apareció en el mundo del videojuego una interesante idea, la "disonancia ludonarrativa". La disonancia ludonarrativa describía la experiencia alienante que sufría un jugador cuando la narrativa de un videojuego no se correspondía con su mecánica de juego. Por ejemplo, la narrativa podía hablar de liberarte, mientras la mecánica de juego te llevaba sobre raíles. Esto lanzaría dos mensajes disonantes al jugador, alienándolo y sacándole del juego.

Aunque la idea no sea exactamente extrapolable al cine, Don´t Look Up sufre un poco de este problema. Mientras su discurso es enormemente crítico con el grado de confusión generado por la comunicación actual, su tono narrativo es progresivamente exagerado y caricaturesco hasta abandonar su propia apología en favor de la Ciencia al fatalismo, en una suerte de moraleja apagógica, con un giro final, digámoslo todo, propio de los dibujos de la Warner. Esta disonancia entre el fondo del discurso y el tono que lo administra, reproduce un efecto parecido al que pretende criticar. El espectador queda entonces en un dilema sin saber a qué carta quedarse a la hora de tomarse en serio la crítica que el argumento de la película pretende exhibir.

A través de esta disonancia Don´t Look Up se muestra como una propuesta deshonesta con su audiencia, que sólo mantendrá su aspecto crítico siempre que el espectador no la acompañe hasta sus últimas consecuencias. En caso contrario, el desbordamiento de astracanadas que culminan la película obligarán a señalar el aspecto fallido de su presunto espíritu crítico, pero este mismo aspecto servirá para exculpar a la película determinando que no se trataba más que de una comedia negra que parodia el cine de catástrofes. Hay que señalar ya que no es el caso. Don´t Look Up no es un ejercicio narrativo análogo a Mars Attack, por poner un ejemplo. Su desbordante elenco y el diseño del poster pretende emparentarla como algo más parecido al cine coral, por así decir, de Robert Alman. En realidad, el tratamiento disonante que establece Don´t Look Up entre la forma y el fondo de su discurso, busca vacunarse contra la crítica de su mala factura como película presuntamente crítica. 

Don´t Look Up es una película que pone el dedo en la llaga de un tema muy serio, pero que no puedes tomarte totalmente en serio. Este mismo cortocircuito es el que precisamente sufrimos en el contexto entrópico de los medios sociales y su manipulación política. Sin este cortocircuito, el espectador podría evaluar la presunta naturaleza crítica de Don´t Look Up hasta sus últimas consecuencias. Es entonces cuando cabe señalar sin ambages que, en tiempos de covid, esta película de catástrofe apocalíptica alude inevitablemente al escenario social generado por la pandemia, valorando por tanto hasta qué punto hace un retrato ajustado de la situación que pretende críticar metafóricamente.

Pero bien, esquivemos aquí este cortocircuito para abordar la fidelidad del retrato social que pretende ofrecer del mundo postpandémico. En medio de todo el ruido que Don´t Look Up despliega para críticar el ruido, emerge una toma de posición impecable y cristalina en favor de la Ciencia, finalmente repartida de forma salomónica a dos facciones de poder que la pervierten y la desgracian, para mejor ejecutar fatalmente el poder anticlimático de su moraleja. El mundo de Don´t Look Up contempla una lucha de poder equidistante entre el sector público y el sector privado que desatiende e instrumentaliza la neutralidad objetiva de la Ciencia. Aquí el retrato de la realidad empieza a desdibujarse. En el mundo generado por la nueva normalidad, esta equidistancia con la Ciencia no es exacta.

Al revisar los discursos centrales en la construcción de la realidad emergida bajo la etiqueta de nueva normalidad, Don´t Look Up comparte reclamo desesperado por escuchar a la Ciencia con un foro donde la Ciencia no se malogra en la equidistancia corrupta de los sectores público y privado, sino que  aparece asociada al poder de la iniciativa privada ejercido a través de la figura de la institución no mayoritaria. “Por el amor de dios, políticos, ¡actuad!” Están los “científicos, ahí fuera, diciendo que viene un enemigo enorme”, mientras los “políticos responden: no, paso” (minuto 47:34) . Estas frases no surgen en ningún foro científico neutral, sino en el contexto del TED durante la entrevista efectuada a Bill Gates en marzo de 2020. Durante esta entrevista, es el propio Gates quien se encarga de contraponer política vs. ciencia como si se tratase de campos antinómicos de acción excluyente, al acusar al gobierno americano de generar una situación “bastante caótica”. Cuando Don´t Look Up toma partido cristalino por la ciencia en la ficción contra la dicotomía política-megacorporación, está posicionándose con el discurso megacorporativo en la realidad. Tres meses después de esta primera entrevista, el TED vuelve a entrevistar a Gates para comprender los cambios sociales que vienen con la pandemia. En el minuto 33:46 se afirma: "TED es apolítico, pero creemos en la verdad". La defensa de la pulcritud científica de Don´t Look Up no es ajena a esta postura. 

 

El tono de estas entrevistas cruciales, históricas, definitorias del momento actual, insiste en este reclamo casi desesperado por apuntar la necesidad de escuchar a la Ciencia. El entrevistador no puede por menos que preguntarse si “escucharán los líderes importantes a los científicos”, en quienes recae la capacidad “milagrosa” de “comprender este virus”. Cuando el entrevistador pregunta por la sordera de los líderes, no se refiere a ambos bandos del sector público y privado, sino al bando político en su responsabilidad por atender, precisamente, al sector privado que fue capaz de predecir la pandemia. “¿Ves un escenario donde esto impacte en los políticos al punto de cambiar sus ideas priorizando la ciencia sobre todo? ¿O esto es pedir demasiado?”, pregunta retóricamente el presentador. De nuevo, la equidistancia en favor de la Ciencia planteada por Don´t Look Up en la ficción, la alinea con el reclamo del sector privado en el mundo real. Para ello, tanto la película como el TED como el propio Bill Gates, acuden al recurso populista del descrédito de la política institucional. Lejos de suponer algún tipo de crítica pretendidamente incisiva, este descrédito constituye a estas alturas un tópico manido reiteradamente explotado, al punto de suponer un leit motiv de fondo generacional. Si has crecido con Harry Potter lo has mamado como eje discursivo, por cuanto la corrupción del Gobierno Mágico obligará a Harry a dar un paso al frente a partir de la Orden del Fénix. Analizo estas cosas aquí. Si has crecido con el cine Marvel, lo mismo. También el UCM ha explotado este tópico de la corrupción político-institucional, con nada menos que un fastuoso Robert Redford dando relumbrón al tema en The Winter Soldier.

¿Qué se oculta tras la pantalla de una salvación por la neutralidad objetiva de la Ciencia asociada al desprecio de la política corrupta? ¿Qué es lo que espera cuando sorteamos el cortocircuito provocado por la disonancia fondoformalista de Don´t Look Up? ¿Cuál es la verdad científica sobre la ciencia, más allá de su apelación idealista por motivo de fe en su presunta pureza consecuentemente redentora frente al apocalipsis? En primer lugar se oculta que esta idea de Ciencia pura, neutra, absolutamente objetiva, no existe; es una hipóstasis de la ciencia real y práctica. No es ya que no exista una Ciencia pura y absolutamente neutra; ni siquiera existe una Ciencia unitaria. Más alla de esta idealización tranquilizadora, la Ciencia responde a una pluralidad de intereses, prácticas y enfoques epistémicos dentro de una creciente diversidad de comunidades investigadoras. La Ciencia como pureza redentora maltratada por la corrupción institucional a diestra pública y siniestra privada, constituye una idea ingenua que disfraza su aspecto racionalista pero pluriforme, mediante una apelación a defenderla en términos unitarios e idealistas que resulta, precisamente, fetichista, por cuanto la mera apelación parece revestir una formulación racional al suponer a la razón el presunto recurso exclusivo de la Ciencia. Al llevar a cabo esta operación falaz, Don´t Look Up incurre en la propia dialéctica de la Ilustración diagnosticada por Adorno y Horkheimer, al respecto de la ceguera de la Modernidad para comprender su recaída en el mito, tanto más, conforme cree haberlo superado. O por decirlo de acuerdo al diagnóstico de Bruno Latour. Tanto más pretende Don´t Look Up enarbolar la racionalidad científica como bandera de modernidad desde una visión mitificada e hipostática de lo científico, que recae en una regresión pseudo-religiosa, justamente, al intentar defender, desde la sátira, un punto de vista característicamente progresista. Don´t Look Up es un ejemplo diáfano a la hora de ilustrar los límites por los cuales, para Latour, nunca fuimos modernos

En segundo lugar, la alternativa a la irrealidad de la pureza científica supone considerar otro de esos motivos centrales desplegados por Adorno y Horkheimer en su Teoría Crítica. Esto es que la razón, como recurso de conocimiento científico, siempre es instrumental. No abstracta y general sino, interesada, particular, parcial, cartesianamente disociadora, analíticamente fragmentadora, desintegradora, dominadora. Cuando un entomólogo está despiezando un insecto en virtud del conocimiento puramente científico, está ejecutando una explotación sacrificial de un ser vivo, etc. En fin, estas cosas que serían tan obvias si el discurso de una Ciencia idealizada no estuviera tan promovido populistamente, ni estuviéramos tan necesitados de redención ad hoc ante el apocalipsis de un virus que aparece como un meteoro en nuestra ruta como especie. 

Puede que Don´t Look Up cultive un ensalzamiento idealizado de la Ciencia por error o déficit artístico, pero en boca de Bill Gates, este discurso es todo menos ingenuo. En tercer lugar, la apelación a la Ciencia contra la limitación de la perspectiva aportada por los intereses corruptos de la política institucional, tiene la función argumental de convertir a la Ciencia en ariete discursivo para fortalecer la impresión de que necesitamos ahondar en procesos de Gobernanza. Si Don´t Look Up pretendiera hacer un retrato fidedigno de nuestra época catastrófica por mor de la situación política, debería aparecer algo análogo a esta idea. Pero la naturaleza híbrida de la Gobernanza y las confusas relaciones que establece entre sus actores, suponen algo demasiado complejo para una película que pretende presentarse con el prestigio de construir un discurso social crítico, para finalmente reducirse a dar un Zasca a la especie en nombre de la pureza cientificista, que no científica. 

La Gobernanza es esta cantinela que viene sonando desde la caída del muro de Berlín. Un desplazamiento semántico del concepto de Gobierno realizado para argumentar la necesidad de superar la consideración de los Estados “como únicos actores en el escenario global” a través de una “fina línea”, que permita involucrar en ámbitos de decisión política a "un amplio rango de actores nogubernamentales". Esta nueva relación no sólo incluye el reconocimiento de estos otros actores, sino su equiparación con los Estados. En relación a la vieja idea de soberanía residente en el pueblo, tradicionalmente garantizada por la institucion estatal a través de un sistema político representativo, Rosenau prescribe que "los Estados y los gobiernos no deberían ser tomados como primeros entre iguales, sino simplemente como actores importantes". Estas reflexiones inciden en valoraciones donde se afirma, por ejemplo: "Sí, los Estados mantienen sus derechos soberanos, pero [...] con la creciente difusión de autoridad, los Estados no pueden basarse por más tiempo en su soberanía como la base para proteger sus intereses" (Rosenau, 1999, p. 292). 

Puede que la política institucional asociada al Estado liberal constituya una realidad corrompida hasta la médula, y limitada consecuentemente por los intereses espurios de nuestros representantes, pero el Estado sigue siendo la institución garante del predominio mayoritario de la soberanía popular a fuerza de un principio de representatividad que circula, mal que bien, de abajo a arriba. La pureza de la Ciencia, en boca de Gates, llama a la Gobernanza porque quien ha utilizado la ciencia para anticipar la pandemia ha sido su fundación, esto es, una institución no mayoritaria. O sea, minoritaria. No ajena, como la Ciencia, a un carácter instrumental por lo que se refiere a intereses particulares por mucho que se presenten como entes filantrópicos semejantes a las santidades del mundo antiguo. La Gobernanza supone la equiparación de intereses "no mayoritarios", esto es, minoritarios, con los de instituciones representativas de la soberanía popular. Hace más de dos décadas que Rosenau (1999) se atrevía a afirmar que alguna de estas "entidades pueden haber suplementado, o quizás incluso suplantado, a los Estados como fuentes primeras de gobernanza a escala global" (p. 294). Esta dinámica crucialmente política, es la que pretende acelerarse artificialmente a fuerza de covid. Lo dijo el presidente de un Estado soberano a las 9:26 en sede parlamentaria un mes después de que Gates lanzara una idea semejante en el TED de marzo, y nadie, a derecha e izquierda, pidió que explicara el sentido esta necesidad potencialmente socavadora de la soberanía de los pueblos. 

Sesión de 3ª prórroga del estado de alarma

Hay algo terrible en el hecho de que el progresismo cientificista desatienda este asalto a la soberanía popular por esquivar al hombre de paja terraplanista. No tiene que ver con el error de mitificar el propio ejercicio del método racionalista en una aporía epistemológicamente lamentable. En última instancia tiene que ver con la propia naturaleza política de varias generaciones cultivadas en una sensibilidad izquierdista a través de su vinculación vital con fenómenos pertenecientes a la contracultura, y no por la vía del marxismo clásico. Porque, en cuarto lugar, la pantalla de la Ciencia hipostasiada oculta su articulación en términos de programa tecnocrático. Esto tan terrible de puro contranatura político-generacional, tiene que ver con el hecho de que la contracultura supuso, precisamente, un movimiento social de oposición juvenil frente a la tecnocracia (Roszak, 1969).

Mientras la raíz de la izquierda contracultural está plantada en las reservas a la racionalización sistematizada del orden social en virtud de criterios de pura macroeficiencia, la defensa actual del progresismo cientificista contra el hombre de paja anarcocapitalista desatiende que, esta misma idea, es el ariete discursivo de penetración de las grandes tecnológicas en las instituciones políticas. Un conglomerado de recursos técnicos y psicosociales implementados a través del análisis del Big Data, ofreciendo a la tecnocracia contemporánea más recursos de control y manipulación conductual que en toda la Historia. Leen nuestros correos. Analizan algorítmicamente cada segundo en internet. Crean perfiles ultrapersonalizados con capacidad predictiva. La organización tecnocrática contemporánea tiene más penetración de acción constante en tiempo real que cuando la visión tecnocrática del nazismo llevó a Adorno y Horkheimer a reflexionar contra el purismo racional frente a la evidencia del Holocausto. Más que cuando la generación juvenil de los 60 execró de un esquema tecnocrático que gestó, en el horror atómico, un mundo dominado por un precario equilibrio obtenido a costa de una escalada nuclear poco menos que suicida, durante la Guerra Fría. Entonces se tenía claro que la ciencia nunca es neutra, y que su presunta neutralidad ha escondido el aspecto de una razón instrumental dedicada a objetualizar y dominar desde el prójimo, en sus diferencias, a la Naturaleza misma en su conjunto. 

Hoy, la tecnocracia en manos de las grandes corporaciones privadas permite crear modelos predictivos de propagación vírica que anticipan pandemias en bien de toda la humanidad. Arrojado a criterios maximalistas de eficiencia sanitaria en nombre del bien común, manejando conjuntos ingentes de datos que obligan a la abstracción, sucesivas iteraciones de cálculo en un ritmo casi hipnótico despliega la pandemia hipotética como un mantra gráfico sobre el mapamundi a ojos de Gates. Allí donde la gente veíamos terror, coste, muerte y sacrificio, él llega un momento en que dice que ve "progreso, continuamente". Don´t Look Up critica al CEO megacorporativo en su egoísmo y su megalomanía criminales, pero su equidistancia respecto a una idea sublime y purificada de Ciencia esquiva el aspecto real de la relación entre el sector privado y su legitimación cientificista, por lo demás, escamoteadora de realidades como el ejercicio lobbyistico en favor de la aceleración de procesos de Gobernanza y la práctica tecnocrática.

Porque lo llaman Ciencia en abstracto con productos de entretenimiento aparentemente críticos como Don´t Look Up, esquivamos las implicaciones de que en realidad quieran decir Tecnocracia. Profundamente esquemática, maniquea, simplista, histriónica, Don´t Look Up no permite pensar la complejidad del momento actual para convertir la comedia en medio de reflexión. Simula esta pretensión apelando genéricamente a la Ciencia como antinomia de los poderosos. Rebosante de grandes estrellas, la película aparece casi como una declaración institucional del propio Hollywood frente al momento actual. El espíritu que desprende denota el discurso hegemónico del establishment actual, ofreciendo un lavado de cara que reproduce los defectos que dice criticar. Frente al elogio de la Ciencia, efectúa este elogio comprendiéndola como un fetiche mistificado. Como en medio del caos socialmediático, el refugio nominalista en el bando del cientificismo asegura la satisfacción personal de hacernos pensar que estamos del lado de los listos. Al final, Don´t Look Up reconoce metanarrativamente que no es más que el cine palomitero que pretende trascender. No mucho más que el cine de catástrofe que simula parodiar, reforzando con su apabullante discurso formal el cansancio informativo que ha llevado a nuestra derrota política, al punto de aceptar, también, pulpo de mala comedia como todo animal de compañía crítico. Y por esta limitación, lo que empieza siendo una historia de potencial salvación colectiva por la fuerza del racionalismo, termina en cumplido fatalismo donde el director ejecuta un deus ex machina, no en función de lo que pide su historia, sino de puro grotesco, a mayor gloria de su capricho como autor. Es la estafa de invitarte a mirar arriba, cuando la clave de lo que sucede ahora sería aprender del pasado, mirando atrás.

Rosenau, J. (1999). Toward an Ontology for Global Governance, en Hewson, M. y Sinclair, T. eds., Approaches to Global Governance Theory, State University of New York Press.

Roszak, T. (1969). The Making of a Counter Culture: Reflections on the Technocratic Society and Its Youthful Opposition. Anchor Books.

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