El final perfecto de Ozark I. La mayoría nunca sale de Nunca Jamás

El desenlace de Ozark ha sido decepcionante. Se ha sentido anticlimático en un doble sentido, narrativo y moral. Y también facilón, con ese corte a negro más propio de un cliffhanger que del final de una serie que aspiraba a monumental. En realidad ese giro criminal de Jonah compone un final perfecto. Pero para considerarlo así, hay que comprender Ozark como una serie de tesis, y hacerla girar sobre un tema aparentemente menor por supuestamente superado, pero que está supurando siempre en nuestra cultura por constituir una especie de raíz envenenada. Esta raíz se refiere a la ética protestante que subyace al espíritu capitalista, y la lógica contradictoria que entraña.

El debate religioso en Ozark llega de la mano del padre de Wendy, fanático religioso y profundamente hipócrita por ello, en cuyo juicio late la propia corrupción potencial de su hija como una pulsión no reconocida. Pero sobre todo, este conflicto íntimo se extiende socialmente a través del vínculo inextricable entre el crimen y la institución eclesiástica. Al comienzo de forma inadvertida e inevitablemente esquivada, mediante la historia del Pastor Mason Young, y finalmente de forma asumida con todo el cinismo de la sofística eclesiástica, a través del Padre Benítez. Este último caso es más interesante porque se produce en el tiempo del ajuste de cuentas, y se contrapone a la oposición contumaz de Wendy de moverse un milímetro en este sentido contra su condición enfáticamente atea. 

No es anecdótico en este sentido el debate de fondo entre la cultura protestante y la católica, camuflada en el primer caso de ateísmo de igual forma que Weber desvela el trasfondo religioso disfrazado de espíritu de progreso antitradicionalista. El motivo es poco obvio y más recurrente de lo que parece. También la protagonista de Servant se manifiesta como atea contumaz contra unos antagonistas fanatizados religiosamente, en un ambiente dominado por el lujo tamizado de sobriedad ascética propia de la clase pudiente, esto es, la burguesía capitalista de raíz protestante. Y también en Servant anda en juego el hijo a modo de claro fetiche, mientras que Ozar pone a Jonah en el disparadero con el paso al frente que da como desenlace de la serie, en favor de la empresa familiar contra todo aparente pronóstico. 

Porque este es el tema, que existe una narrativa contemporánea donde el discurso religioso de la predestinación que favorece el enriquecimiento capitalista a ultranza, se disfraza de honradez ateísta contra la miseria religiosa de la dependencia divina. Frente a este hombre de paja perfectamente resumido en el cinismo de un sacerdote que no encuentra problema en justificar su vinculación con un cártel de la droga como mejor forma de estar cerca de los pecadores (y de sus privilegios), el ateísmo de Wendy se inviste de un arrogante prestigio intelectual capaz de ponerse por encima de su deriva terriblemente inmoral. 

Colmo de esta arrogancia inmoral es que alguien que ha traspasado la línea roja de un crimen tan fundamental como la hecatombe fratricida, todavía se permita decir a alguien que se está extralimitando. Es la respuesta de Wendy al Padre Benítez cuando este intenta abordar su papel de pretendido confesor. Y el caso es que, contra el horrible contraste de su deriva criminal, Wendy sale airosa de este encuentro; cómo será de hegemónico en términos estéticos, el prestigio del relato histórico de la Reforma como motor de progreso moderno contra el presunto anclaje a las servidumbres antiguas del Catolicismo.

La que ha cruzado toda línea roja dice a quien le advierte de su problema, de que se está extralimitando. Y este gesto tiene un pase en el contexto de la superación protestante de la figura del sacerdote como mediador entre el fiel y su salvación, en un ejercicio de liberación que cuajará en individualismo a ultranza con coartada de honradez atea. No sería lo mismo si una protagonista católica pusiera un límite a un pastor protestante ni, digámoslo todo, si un personaje hispano fuera quien señalara que está traspasando fronteras, excuso decir nacionales, a un personaje anglosajón acostumbrado a hacer del sur de América su patio trasero. 

Es decir, en la dignidad que destila la escena donde Wendy llama a mandamiento a un cura católico mejicano, y contra la miseria moral acumulada por su terrible deriva criminal, resuena en toda su gloria la hegemonía cultural del mundo WASP. Esa que permite convenir al grueso de la audiencia, con el Padre Benítez, que Wendy se está mintiendo a sí misma, mientras la serie arma un desenlace donde el aspecto forzado del giro repentino de Jonah compone un secreto final perfecto. Y donde el engaño a uno mismo es mantenerse en lo cierto de un misterio que pocos entienden: el de amasar riqueza a toda costa como misión de salvación ultraterrena, convirtiendo el regreso a Chicago en Tierra Prometida a modo de vida resuelta. Adonde se dirige el espíritu capitalista insuflado de ética calvinista que en el caso de Ozark está encarnado por una Wendy que termina por conseguir que su hijo abjure del síndrome de Peter Pan de un escopetazo. Dejándose de hostias y utilizando su genio contable por fin en el negocio familiar. Poniendo a los Birdies rumbo al Paraíso, en ese paso que estaba faltando por mucho que intentaran asumirlo los padres de esta historia. Porque el espíritu capitalista formado en la predestinación del individuo excepcional, supone la asunción de una misión intransmitible generacionalmente, que pone al hijo en el disparadero de salvarse contra la tentación moral de acogerse al calor confortable de sentir que forma parte de esa mayoría que gana legitimación democrática, en la pérdida económica que acompaña al reparto desigual auspiciado por el interés lucrativo del calvinista. 

Jonah se salva, en el último instante, de pertenecer a esa mayoría forjada en el gusto sentimental que atribuye a Ozark el final fallido que protagoniza por fin el chico a su manera, y contra toda moral inequívoca, mientras la audiencia se queda frustrada al filo del triunfo mundano, de puro ponerse límites en lo económico contra el riesgo de resultar insolidaria. Esa audiencia mayoritaria que componemos los que vemos como perversión la opción de crear Fundaciones de quienes aspiran a protagonistas, en el caso de Ozark, contra la desgracia del hermano al ellos mismos han matado. Audiencia que componemos los que sentimos repugnancia ante esa muestra de virtud que es la presunta sublimación de la empresa criminal en Fundación filantrópica, nos quedaremos todos a las puertas del misterio de Ozark. Amputados del peregrinaje llevado a buen término por parte de los Birdies en su regreso a Chicago, corte a negro para los no elegidos por la elección de acumular predestinadamente dinero, anclados para sempre en la frontera de Nunca Jamás.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Coca Cola y violencia simbólica en Stranger Things

Sans títere

El joven como invasor de sí mismo I. El que esté libre de años que tire la primera piedra