El joven como invasor de sí mismo II. El chasquido Guggenheim

El lugar histórico del sujeto capitalista, tal y como queda descrito por Weber, se parece bastante al del objeto artístico de vanguardia descrito por Adorno. En su vocación radicalmente antitradicionalista como figura paradójica de progreso, el objeto artístico de vanguardia y el sujeto capitalista están y no están en la sociedad de su época. Contra la importancia de la fortuna del capitalista y el valor de Mercado desorbitado de la obra de vanguardia, la verdadera razón de ser del protagonismo social de ambos reside en su espíritu desinteresado. Algo que el resto de los mortales no acertamos a entender, añadiendo al lustre artístico y empresarial una capa de misterio enigmático. Tan misteriosa que el aspecto contingente de la "fortuna" se refiere como sinónimo, al de su propia noción de "destino".

El desinterés del capitalista se parece al de Thanos, razón por la que estos apuntes indagan en el trasfondo ideológico del UCM como puesta al día del discurso neoliberal. La pasión de Thanos por acumular joyas del infinito no es tanto un fin lucrativo en sí mismo, cuanto un medio para redimir al universo, actualizando el desastre apocalíptico en la época que nos ocupa al tema de un colapso ecológico. La determinación personal invertida en la consecución de su empresa lucrativa confirma así su carácter como individuo excepcional, tal y como demuestra al afirmar de sí mismo que es el único ser capaz de asumir la formidable carga que entraña esa misión salvífica. Así como la sociedad emic en el seno del relato de ficción es ajena al contexto cósmico donde se desenvuelve la misión de Thanos, la predestinación salvífica del espíritu capitalista sucede en un plano espiritual que se hace extraño a la sociedad del mundo real, acostumbrada a considerar la acumulación de riqueza material como pecado capital de avaricia.


A la obra de vanguardia le pasa algo parecido pero a la inversa. Si el capitalista demuestra su predestinación como factor de progreso social a través de una evidente acumulación de riqueza material, el de la obra de vanguardia se confirma en la inusitada obviedad de su desnudamiento material y formal hasta sus últimas consecuencias. Con este proceso de renuncia radical, el arte de vanguardia supera las limitaciones fundamentales de una época definida por el enfrentamiento de múltiples intereses particulares. El proceso de desnudamiento de todo valor estético, material y formal, permite a la obra ofrecerse como una referencia radicalmente ajena al conflicto de su tiempo, enfrentada críticamente con un momento histórico de forma que anticipa la que viene, que podrá por fin reconocerla en su valía mientras a su propia época le resultó extraña. Para ello la obra de vanguardia comienza por asumir la renuncia antitradionalista a representar el valor de lo bello mediante la exhibición shockeante de un feísmo anticanónico, hasta llegar a la propia desintegración material de la obra tras un proceso de progresivo informalismo.


 El capitalista burgués goza estéticamente del arte de vanguardia porque es su estricto reflejo espiritual como factor social de progreso, que la inmensa mayoría de la sociedad descapitalizada no alcanza a entender por resolverse en torno a una idea de desinterés paradójico. Allí donde la masa ve avaricia, el espíritu capitalista ve desinterés ascético. Allí donde el artista de vanguardia ve compromiso y titánico esfuerzo simbólico, la masa ve una mezcla de soberbia y pereza. Ambos dilemas se decantan en favor de su versión misteriosa cuando el burgués capitalista certifica esta identificación con la obra de vanguardia a través de su compra. Pues la sociedad queda atónita cuando, el que puede tenerlo todo, se decanta por adquirir un intangible horrible a un precio desorbitado. La intangibilidad material de la obra de vanguardia "expone" la intangibilidad espiritual que late tras la riqueza amasada por el capitalista, cuando este demuestra su interés definitivo en el arte moderno al punto de despilfarrar aparentemente una gran cantidad de dinero en comprar algo que tiende a la nada. De esta forma, con la compra ritual de una obra ejemplarmente gratuita por un precio absurdamente alto, el capitalista burgués tiñe de misterio su misión acumulativa de riqueza material, pues demuestra que puede desprenderse de ella contra todo interés convencional como si Thanos descargara todo el capital lujoso invertido en su guantelete en un "chasquido Guggenheim".

En el contexto de una cultura materialista y secularizada, la dilapidación de una masa ingente de riqueza material para adquirir una obra misteriosamente ausente, viene a constituir una operación ritual sustitutiva de la hecatombe sacrificial en la religión del mundo antiguo. La compra de la obra de arte de vanguardia por parte del burgués capitalista es una especie de nueva alianza contra la superación de una sociedad cimentada sobre un fondo religioso. Es la forma de vincular la consecución contradictoria de la Historia por el cumplimiento del destino, la opción de libertad en el marco de la predestinación, la sublimación del pecado en virtud, y la transacción de la avaricia materialista en desinterés espiritual, en una operación atrozmente absurda, por ello tan misteriosa que escamotea su aspecto de gasto obsceno. 

El colmo de la expresión desinteresada de la fortuna personal consiste en renunciar a su traspaso en herencia. La renuncia al traspaso en herencia no sólo demuestra ausencia de interés natural en asegurar la continuidad del gen egoísta, sino que aborta la sujeción a una instancia tradicional extendida sobre la continuidad familiar en un contexto donde el capitalista se justifica socialmente como factor de progreso histórico. 

Este planteamiento es mucho más recurrente de lo que su exotismo aparenta. En 2021 La Vanguardia publicaba una noticia cuyo título hablaba de famosos que "tienen claro que no dejarán ni un céntimo en herencia a sus hijos" (Del Río, 2021). La misión de enriquecimiento como signo de predestinación ultraterrena convierte a la fortuna personal en un bien intransferible. Jackie Chan "considera que si [su hijo] es digno de tener ese dinero, será capaz de generarlo él mismo con su trabajo, por lo que el patrimonio prefiere donarlo a caridad". En consonancia con el espíritu antitradicionalista del capitalista como factor de progreso, Daniel Craig afirma que "el concepto de herencia es algo ‘desfasado’ y de muy mal gusto". Un riesgo de renuncia en su propio trapaso contra la salvación ultraterrena cuando recuerda: “¿no hay un viejo refrán que dice que si mueres como una persona rica, habrás fracasado?”, para terminar por afirmar, “no quiero dejar grandes sumas a la próxima generación. Mi filosofía es deshacerme de ella o regalarla antes de irme” (Del Río, 2021).

La renuncia a la herencia confirma la salvación ultraterrena del capitalista, o su ingreso secularizado en la Historia como referente filantrópico, a la vez que exonera al hijo de quedar entrampado en la comodidad contra la necesidad de que él confirme por su parte, su propia predestinación a través de una misión original de enriquecimiento propio. Cuando Bill Gates afirma que “dejarles a mis hijos una inmensa cantidad de dinero no es un favor para ellos", late de fondo este principio. También cuando el actor Ashton Kutcher afirma que "si mis hijos quieren fundar una empresa y tienen un buen plan de negocio, invertiré en ellos, pero no tendrán dinero asegurado”. O cuando Elton John insiste en este sentido que “cualquier cosa más allá de lo estrictamente básico, tendrán que salir a ganárselo” (Del Río, 2021). La Saga del Infinito, con sus insólitos y exóticos vericuetos, no es sino la construcción de un mito ejemplar en este sentido, que tiene por protagonista a Tony Stark, quien recibe en herencia una megacorporación a los 21 años como una especie de carga maldita de la que hay que zafarse por un camino insospechado.

Las antiguas alianzas religiosas judeocristianas abortaban de raíz el traspaso de la herencia mediante la propia eliminación sacrificial del primogénito en nombre de una fe invertida en una misión misteriosamente redentorista. Más que dilapidar el objeto de la riqueza misma, exhibir el sacrificio contra natura del propio hijo como sujeto de traspaso, era la forma más rotunda y terrorífica de acabar con el peligro de renuncia ultraterrena por quedar entrampado en la suerte de intereses mundanos. El sacrificio de Isaac o el del propio Cristo por parte de padres comprometidos en el misterio divino, son los modelos por antonomasia de esta cultura. Cuando Gamora es sacrificada por Thanos para obtener nada menos que la "gema del alma", el nombre de esta piedra preciosa no es casual. Ese sacrificio atroz es el que certifica la bondad de fondo de Thanos contra todo sentido "común", demostrando el aspecto desinteresado de su misión lucrativa con una escena de apoyo que redunda en recordar que el Patriarca cósmico acomete su hecatombe filial, contra un tiempo en que soñó que su hija sería depositaria del trono asegurando la continuidad histórica de su empresa de justicia ecologista. 

Viajando más allá del mundo terrenal hacia espacios que nos conectan con seres formidables de dimensiones cosmogónicas, la Saga del Infinito expone a la audiencia de masas el aspecto trascendental que subyace al sentido espiritual del capitalismo, normalmente velado como una capa de lectura esotérica sólo accesible al iniciado económico, esto es, al presuntamente predestinado porque la fortuna ya le va yendo de cara contra la miseria de un prójimo al que no cabe resarcir con un reparto igualitario, por evitar obstaculizar su propia posibilidad de salvación ultraterrena. La solidaridad del capitalista en este sentido consiste en mantenerlo piadosamente en la pobreza a título individual, para mejor atender a la salvación colectiva. Así la misión empresarial se sublima en inversión Fundacional. Como Thanos, Bill Gates renunciará al traspaso en herencia de su fortuna para invertirla en una Fundación de interés generalmente ecologista. Mark Zuckerberg dejará sin herencia a sus vástagos invirtiendo "el 99% de sus acciones, valoradas en 45 billones de dólares, a su fundación, la Chan Zuckerberg Iniciative, que trabaja para promover la igualdad entre los niños alrededor del mundo". George Lucas hará lo propio invirtiendo "la mayor parte del dinero en una fundación dedicada a fomentar la igualdad de oportunidades y la educación entre los más pequeños" (Del Río, 2021).

Explotar al proletario de hoy para mejor invertir la plusvalía amasada en reducir la injusticia a la que queda sometida la prole del proletariado del mañana, precisamente por el reparto desigual al que obliga la misión de progreso en una igualdad colectiva continuamente postergada. La conversión de la empresa en Fundación termina por cerrar el círculo espiritual de su misión, legitimando su manejo despiadado en el terreno diario de la competencia lucrativa. 

Pero la Fundación no es un mecanismo de transacción sacrificial suficientemente simbólico. Es demasiado racional, demasiado lógico, escasamente costoso en términos de gasto radical, que precisa ser brutalmente desmedido para mostrarse inequívocamente significativo. Como sustituto del aspecto ejemplar de la atrocidad sacrificial del primogénito se muestra demasiado beatífico, y tampoco asegura un dispendio que exponga al hijo a una situación de precariedad suficiente como para que este se vea abocado a construir su propia misión de predestinación salvífica desde cero. Zuckerberg sólo dejará a su prole un 1% de su riqueza, pero ese porcentaje sobre un total de 75.000 millones de dólares sigue siendo un colchón disparatado de comodidad de vida sin contar con los activos sociales que suponen la pertenencia a su estirpe.

El chasquido de Thanos es la transformación de su empresa lucrativa en busca de las gemas del infinito en Fundación ecologista. Pero el fundamento atroz que justifica el aspecto desinteresado de su misión estriba en el sacrificio de su hija Gamora. El mundo moderno ha superado la referencia del sacrificio ritual del primogénito por evidenciarse un vestigio inequívocamente abominable de un mundo superado. Pero más que en su extirpación social, la superación de este mundo consiste en depurar el aspecto desmedido de este sacrificio a través de un mecanismo que enfatiza el aspecto abstracto del propio protagonismo transaccional del coste. 

Viene al auxilio del burgués capitalista en este sentido, un arte de vanguardia devenido puro intangible, para mejor evidenciar la arbitrariedad formidable del desmesurado coste que supone su adquisición. Característicamente proporcionado por una institución fundacional en relación al protagonismo institucional de la Fundación en el mundo moderno, a través de la inversión en arte de vanguardia. Así, el chasquido del cambio traído por el capitalismo burgués se produce en la instalación social de la Fundación Guggenheim a través de la simbiosis entre el MOMA y el museo del mismo nombre: depositarios cultuales de obras tan emblemáticas que su valor económico resulta incalculable, quedando cristalizadas como evidencia fetichista de la Historia misma, convertida, así, en materia cabalística. 

Así que el padre atenta contra el hijo para mejor evitar la herencia como muestra de interés terrenal. El hijo huye del padre como referencia tradicional de una herencia manchada, y se refugia en la falsa eternidad de una hipóstasis juvenil. El hijo moderno arranca su empresa vital como joven que se juega su eternidad al carpe diem, sin apreciar que la edad lo acecha con cada día nuevo que pasa. Para evitar esta invasión constante en la anticipación inexorable de su proyecto adulto, adopta una estrategia de simulación estética que redunda sobre el carácter irresponsable de su propia juventud, convirtiéndose en artista de su propia vida como si el arte fuera un "fluxus" distinto del proyecto social del capitalismo burgués, y no su mero reflejo inverso para mejor completar el mecanismo sacrificial que convierte a la Historia en mito ardiente de sí misma, a través de las llamas voraces de la contracultura. Así que al padre avaricioso le habita un santo desinteresado mientras al yippie, de puro huir de una herencia demagógica mediante un ejercicio de corte radicalmente autodeterminado, le acecha el yuppie como su doble revolucionario. 



Del Río, J. (2021). Estos famosos tienen claro que no dejarán ni un céntimo en herencia a sus hijos. La Vanguardia. Recuperado el 4 mayo de 2022, de https://www.lavanguardia.com/gente/20210918/7717895/famosos-claro-dejaran-centimo-herencia-hijos-mmn.html

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