La rebelión del vacío. Sampleo léxico sobre "La rebelión de las masas" en tiempos de coronavirus. I


PRIMERA PARTE
I
EL HECHO DEL VACÍO

Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento del coronavirus al pleno poderío social. Como virus, por definición, no debe ni puede dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama pandemia.
Para la inteligencia del formidable hecho conviene que se evite dar desde luego a las palabras «rebelión», «coronavirus», «poderío social», etc., un significado exclusiva o primariamente biológico. La vida pública no es sólo biológica, sino, a la par y aun antes, sanitaria, mediática, económica, política; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar.
Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una experiencia visual, subrayando una facción de nuestra época que es visible con los ojos de la cara.
Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la denomino el hecho del vacío, del «vacío». Las ciudades están vacías de gente. Las casas, vacías de inquilinos. Los hoteles, vacíos de huéspedes. Los trenes, vacíos de viajeros. Los cafés, vacíos de consumidores. Los paseos, vacíos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, vacías de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, vacíos de espectadores. Las playas, vacías de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar gente.
Nada más. ¿Cabe hecho más simple, más notorio, más constante, en la vida actual? Vamos ahora a punzar el cuerpo trivial de esta observación, y nos sorprenderá ver cómo de él brota un surtidor inesperado, donde la blanca luz del día, de este día, del presente, se descompone en todo su rico cromatismo interior.
¿Qué es lo que vemos, y al verlo nos sorprende tanto? Vemos el vacío, como tal, posesionado de los locales y utensilios creados por la civilización. Apenas reflexionamos un poco, nos sorprendemos de nuestra sorpresa. Pues que no es el ideal. El teatro tiene sus localidades para que se ocupen; por lo tanto, para que la sala esté llena. Y lo mismo los asientos del ferrocarril, y sus cuartos el hotel. Sí; no tiene duda. Pero el hecho es que antes ninguno de estos establecimientos y vehículos solían estar vacíos, y ahora son ajenos a la gente afanosa de usufructuarlos. Aunque el hecho sea lógico, natural, no puede desconocerse que antes no acontecía y ahora sí; por lo tanto, que ha habido un cambio, una innovación, la cual justifica, por lo menos en el primer momento, nuestra sorpresa.
Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados.
El vacío, el vacío, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora?

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