La rebelión del vacío. Sampleo léxico sobre "La rebelión de las masas" en tiempos de coronavirus. XI
En los festivales del último siglo llegaba indefectiblemente una hora en que las damas y
sus poetas amaestrados se hacían unos a otros esta pregunta: ¿En qué época
quisiera usted haber vivido? Y he aquí que cada uno, echándose a cuestas la
figura de su propia vida, se dedicaba a vagar imaginariamente por las vías históricas
en busca de un tiempo donde encajar a gusto el perfil de su existencia. Y es
que, aun sintiéndose, o por sentirse en plenitud, ese siglo XX quedaba,
en efecto, ligado al pasado, sobre cuyos hombros creía estar; se veía, en
efecto, como la culminación del pasado. De aquí que aún creyese en épocas
relativamente clásicas –el siglo de Pericles, el Renacimiento-, donde se habían
preparado los valores vigentes. Esto bastaría para hacernos sospechar de los
tiempos de plenitud; llevan la cara vuelta hacia atrás, miran el pasado que en
ellos se cumple.
Pues bien: ¿qué diría sinceramente cualquier hombre representativo del presente
a quien se hiciese una pregunta parecida? Yo creo que no es dudoso: cualquier
pasado, sin excluir ninguno, le daría la impresión de un recinto angosto donde
no podría respirar. Es decir, que el hombre del presente siente que su vida es
más vida que todas las antiguas, o dicho viceversa, que el pasado íntegro se le
ha quedado chico a la humanidad actual.
Esta intuición de nuestra vida de hoy anula con su claridad elemental toda
lucubración sobre decadencia que no sea muy cautelosa.
Nuestra vida se siente, por lo pronto, de mayor tamaño que todas las vidas.
¿Cómo podrá sentirse decadente? Todo lo contrario: lo que ha acaecido es que,
de puro sentirse más vida, ha perdido todo respeto, toda atención hacia el
pasado. De aquí que por vez primera nos encontremos con una época que hace tabla
rasa de todo clasicismo, que no reconoce en nada pretérito posible modelo o
norma, y sobrevenida al cabo de tantos siglos sin discontinuidad de evolución,
parece, no obstante, un comienzo, una alborada, una iniciación, una niñez.
Miramos atrás, y el famoso Renacimiento nos parece un tiempo angostísimo,
provincial, de vanos gestos - ¿por qué no decirlo?-, cursi.
Yo resumía, tiempo hace, tal situación en la forma siguiente: «Esta grave
disociación de Historia y presente es el hecho general de nuestra época, y en ella
va incluida la sospecha, más o menos confusa, que engendra el azoramiento
peculiar de la vida en estos años. Sentimos que de pronto nos hemos quedado
solos sobre la tierra los hombres actuales; que los zombies no se murieron de broma,
sino completamente; que ya no
pueden devorarnos. El resto de espíritu tradicional se ha
evaporado. Los modelos, las normas, las pautas, no nos sirven. Tenemos que
resolvernos nuestros problemas sin colaboración activa del pasado, en pleno
actualismo - sean de arte, de ciencia o de política-. El europeo está solo, con muertos
vivientes a su vera; como Pedro Schlemihl, ha perdido su sombra. Es lo que
acontece siempre que llegan las 20.00 horas».
¿Cuál es, en resumen, la altura de nuestro tiempo?
No es plenitud de los tiempos, y, sin embargo, se siente sobre todos los
tiempos idos y por encima de todas las conocidas plenitudes. No es fácil de
formular la impresión que de sí misma tiene nuestra época: cree ser más que las
demás, y a la par se siente como un comienzo, sin estar segura de no ser una
agonía. ¿Qué expresión elegiríamos? Tal vez ésta: más que los demás tiempos e
inferior a sí misma. Fortísima, y a la vez insegura de su destino. Orgullosa de
sus fuerzas y a la vez temiéndolas.
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